¿Se han fijado en lo bien que arden los libros? ¡Ah, aquella Inquisición que los quemaba! ¡Ah, aquella Inquisición que quemaba también a los que los escribían!
Detesto los libros. Los de texto... y los otros. Los detesto todos. Claro que detesto más a los que los leen, sobre todo a los que se jactan de hacerlo. Sí, porque hay quien lee libros muy a su pesar, a escondidas, en el baño. No me gustan, por supuesto, pero me compadezco de ellos: son adictos, enfermos. Pero luego está el que se jacta de leer libros, el que presume, el que se exhibe: ese que lee en el metro, en un café o en un parque, que te restriega que está leyendo, que compra dos libros al mes, que va por la calle con uno bajo del brazo, que frecuenta las bibliotecas (esos lugares de perdición), que tiene en su casa una librería (ese mueble diabólico), que se empeña, en fin, en romper la estadística que dice que en España no lee nadie.
Decía Borges que se imaginaba el Cielo como una gran biblioteca. ¡El Infierno sería! Qué degenerado el viejo…
Para mí un bibliotecario es un delincuente; un editor, un criminal; y un escritor, un reo de muerte. ¿Y qué me dicen del vendedor de libros? El que te intenta vender los 50 tomos de la Enciclopedia Británica es un terrorista. Es como querer poner 50 kilos de goma 2. Y luego hablan del narcotráfico, Pues anda que el librotráfico...
Ahora, si hay un mal nacido, y que su madre me perdone, ese es Gütemberg. ¡Menudo invento el de la imprenta! Antes, los libros estaban todos en los monasterios, verdaderas casas de lenocidio, pero con la imprenta empezaron a aparecer por todas partes. Y lo que es peor, con una letra legible, que cualquiera podía entender. No como los incunables, que estaban escritos a mano y no los entendía nadie. Gütemberg no fue un criminal; fue un genocida.
¿Y Braile? ¿Qué me dicen de Braile? No tenía respeto ni por los ciegos. Los puso a leer a todos.
Del que no tengo queja es de Cervantes. Fue malinterpretado. Él no era un criminal. Todo lo contrario; escribió El Quijote para denunciar el crimen, para advertir contra los libros de Caballería y, por extensión, contra todos los libros. Sin embargo, la gente consideró que había intentado escribir un gran libro y hoy lo tienen como un pope de las letras, una especie de santo de la literatura. No conservan su brazo incorrupto, como el de Santa Teresa, porque era manco, que si no...
He visto a mi alrededor a personas destruirse por leer libros. Les revienta la cabeza. Se desmayan de puro aburrimiento. Empiezan a decir cosas raras. Les cambia el vocabulario. Algunos hasta hablan en otros idiomas, como los endemoniados. Leer libros da, cuanto menos, dolor de cabeza. Y no es el primero al que le ha dado un derrame cerebral. Y no digamos lo de perder la vista. Todos los que leen llevan gafas o lentillas. Antes, cuando no existían las lentillas y todos llevaban gafas, era fácil identificar a los lectores y mantenerlos lejos de nuestros hijos. Pero ahora, como te descuides, se te mete uno en casa, enamora a tu hija y hace de ella una lectora. Y de tu nieto, otro.
Detesto los libros. Los de texto... y los otros. Los detesto todos. Claro que detesto más a los que los leen, sobre todo a los que se jactan de hacerlo. Sí, porque hay quien lee libros muy a su pesar, a escondidas, en el baño. No me gustan, por supuesto, pero me compadezco de ellos: son adictos, enfermos. Pero luego está el que se jacta de leer libros, el que presume, el que se exhibe: ese que lee en el metro, en un café o en un parque, que te restriega que está leyendo, que compra dos libros al mes, que va por la calle con uno bajo del brazo, que frecuenta las bibliotecas (esos lugares de perdición), que tiene en su casa una librería (ese mueble diabólico), que se empeña, en fin, en romper la estadística que dice que en España no lee nadie.
Decía Borges que se imaginaba el Cielo como una gran biblioteca. ¡El Infierno sería! Qué degenerado el viejo…
Para mí un bibliotecario es un delincuente; un editor, un criminal; y un escritor, un reo de muerte. ¿Y qué me dicen del vendedor de libros? El que te intenta vender los 50 tomos de la Enciclopedia Británica es un terrorista. Es como querer poner 50 kilos de goma 2. Y luego hablan del narcotráfico, Pues anda que el librotráfico...
Ahora, si hay un mal nacido, y que su madre me perdone, ese es Gütemberg. ¡Menudo invento el de la imprenta! Antes, los libros estaban todos en los monasterios, verdaderas casas de lenocidio, pero con la imprenta empezaron a aparecer por todas partes. Y lo que es peor, con una letra legible, que cualquiera podía entender. No como los incunables, que estaban escritos a mano y no los entendía nadie. Gütemberg no fue un criminal; fue un genocida.
¿Y Braile? ¿Qué me dicen de Braile? No tenía respeto ni por los ciegos. Los puso a leer a todos.
Del que no tengo queja es de Cervantes. Fue malinterpretado. Él no era un criminal. Todo lo contrario; escribió El Quijote para denunciar el crimen, para advertir contra los libros de Caballería y, por extensión, contra todos los libros. Sin embargo, la gente consideró que había intentado escribir un gran libro y hoy lo tienen como un pope de las letras, una especie de santo de la literatura. No conservan su brazo incorrupto, como el de Santa Teresa, porque era manco, que si no...
He visto a mi alrededor a personas destruirse por leer libros. Les revienta la cabeza. Se desmayan de puro aburrimiento. Empiezan a decir cosas raras. Les cambia el vocabulario. Algunos hasta hablan en otros idiomas, como los endemoniados. Leer libros da, cuanto menos, dolor de cabeza. Y no es el primero al que le ha dado un derrame cerebral. Y no digamos lo de perder la vista. Todos los que leen llevan gafas o lentillas. Antes, cuando no existían las lentillas y todos llevaban gafas, era fácil identificar a los lectores y mantenerlos lejos de nuestros hijos. Pero ahora, como te descuides, se te mete uno en casa, enamora a tu hija y hace de ella una lectora. Y de tu nieto, otro.
Dicen que si dejas un libro a un amigo, te arriesgas a perder el libro y al amigo. ¡Benditas pérdidas! El amigo que te deja un libro no es un amigo; es un enemigo, un amigo de esos que te hacen exclamar: "¡Con amigos como estos para qué quiero enemigos!". Y si pierdes el libro, matas dos pájaros de un tiro: te deshaces de ese maldito libro y, de paso, de ese falso amigo.
Que vuelva la Inquisición, por favor. O el libro electrónico. Por lo menos, siempre podremos jugar a los marcianitos en vez de leer. ¡Ah, las ciencias avanzan que es una barbaridad!
Monólogo interpretado en el pub 'Lenda Moura' de Vigo en 2004
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