El enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero no es el amor. En realidad, no es sólo algo distinto al amor, sino, en muchos aspectos, lo contrario. El amor es desinteresado; el enamoramiento, interesado. El amor es desprendido; el enamoramiento, posesivo. El amor es paciente; el enamoramiento, impaciente. El amor es clarividente; el enamoramiento, ciego. El amor no se irrita; el enamoramiento, sí. El amor, como dice San Pablo, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta; el enamoramiento, no. Como señala Borges, mientras que el amor maduro (el amor verdadero) dice “te necesito porque te quiero”, el amor inmaduro (el enamoramiento) afirma “te quiero porque te necesito”.
Nuestra sociedad confunde el verdadero amor con el enamoramiento, con el (mal) llamado amor romántico, con la pasión sexual. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, se preguntaba Manuel Gómez Pereira en el título de una de sus películas. Una confusión que resulta trágica porque está en la base de casi todas las rupturas de pareja. Los jóvenes de hoy (y no tan jóvenes) quieren estar permanentemente enamorados. Cuando dejan de estarlo (y el enamoramiento pasa, afortunadamente, pues no se trata más que de un estado alterado de la conciencia), rompen con su pareja y buscan otra persona de la que enamorarse cuanto antes. El objetivo es el enamoramiento perpetuo, porque saben que la gasolina de la pareja es el amor, pero ignoran que el amor no es lo mismo que el enamoramiento. Y así, no hacen nada para convertir su enamoramiento en amor, no porque no quieran, sino porque desconocen que pueden y deben hacerlo; al menos, si desean mantener una relación estable e indefinida. Sin enamoramiento, una pareja puede parecer absurda, pero sin amor no tiene ningún sentido. La confusión es tal que muchas de las parejas que se rompen porque ya no están enamorados admiten que se tienen “cariño”, pero, lejos de considerarlo un haber, lo desprecian como un subproducto del enamoramiento que ya no sienten, cuando quizás constituya el primer peldaño de su amor. Es cierto que nuestros padres y abuelos no podían divorciarse, pero muchas de aquellas parejas vivían juntas treinta, cuarenta o cincuenta años porque se amaban.
El enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero no es propiamente el amor. El enamoramiento, tarde o temprano, se acaba. Más bien temprano, según los expertos. Los que gustan de medir todo dicen que no dura más de seis años. Afortunadamente, porque, como apuntaba más arriba, no deja de ser un estado alterado de la conciencia. El amor es clarividente; el enamoramiento, ciego, decía al principio de este artículo. El que ama ve al amado como es, con todos sus defectos, pero los acepta y los ama. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, insiste San Pablo. El enamorado no ve a la persona de la que está enamorado tal y como es, sino de un modo idealizado. La suya es una percepción alterada. Como dice el filósofo francés André Comte-Sponville, enamorarse es amar a alguien a quien no se conoce, ilusionarse por alguien a quien no se conoce, mientras que el que ama verdaderamente se ilusiona por alguien a quien sí conoce. “La cuestión”, dice, “ es conseguir que este amor hacia el desconocido se transforme en amor hacia el conocido, porque cuando esto no sucede, entonces sí, viene el desamor. ¿Qué es un amigo? Alguien a quien se conoce muy bien y pese a ello se ama. ¿Qué es la pareja? Dos que se aman y son amigos (…) Si uno prefiere amar a quien no conoce, no está sino amándose a sí mismo”.
El enamoramiento es un proyecto de amor, una promesa de amor. El enamoramiento puede y debe convertirse en amor. Esa es la clave de las relaciones estables. Las parejas que duran son aquellas que se aman. Dicen que el amor hay que regarlo, y es verdad. El amor, no el enamoramiento. El enamoramiento no precisa de riego ninguno. Insisto: es un estado alterado de la conciencia y durará lo que las endorfinas quieran. El amor, el verdadero amor, hay que trabajarlo, como un albañil trabaja una pared, ladrillo a ladrillo, hasta levantarla. El amor, efectivamente, hay que hacerlo, no basta con sentirlo ni siquiera con expresarlo con palabras. El amor precisa de hechos (obras son amores). Por eso, hacer el amor –una expresión, por un lado, muy poco afortunada, porque reduce precisamente el amor al sexo, al enamoramiento–, constituye, por otro lado, todo un hallazgo: el amor, repito, hay que hacerlo, hay que trabajarlo, no basta con sentirlo ni expresarlo. El enamoramiento, no. Por eso existe el flechazo, el (mal) llamado amor a primera vista, pero el amor necesita tiempo y voluntad. Uno se enamora sin pretenderlo; para amar, sin embargo, hay que querer amar y ponerse manos a la obra.
En este sentido, creo que Antonio Gala tiene mucha razón cuando dice que el amor ideal consiste en una amistad con momentos eróticos. Andrés Trapiello insiste en lo mismo cuando afirma: “Privilegiados los amantes que llegan a ser amigos”. Es lo que apunta también Comte-Sponville: la pareja son “dos que se aman y son amigos”.
El título de este artículo no deja de suponer una cierta provocación. Es verdad que enamorarse no es lo mismo que amar y que la obsesión por estar siempre enamorados puede impedirnos amar, pero si el enamoramiento es un proyecto de amor, una promesa de amor, enamorarnos es lo mejor que nos puede pasar en la vida después de amar y de ser amados: es más excitante, más emocionante, más placentero, más maravilloso que el mejor de los viajes, que la mayor de las aventuras. Y encima es gratis.
Nuestra sociedad confunde el verdadero amor con el enamoramiento, con el (mal) llamado amor romántico, con la pasión sexual. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, se preguntaba Manuel Gómez Pereira en el título de una de sus películas. Una confusión que resulta trágica porque está en la base de casi todas las rupturas de pareja. Los jóvenes de hoy (y no tan jóvenes) quieren estar permanentemente enamorados. Cuando dejan de estarlo (y el enamoramiento pasa, afortunadamente, pues no se trata más que de un estado alterado de la conciencia), rompen con su pareja y buscan otra persona de la que enamorarse cuanto antes. El objetivo es el enamoramiento perpetuo, porque saben que la gasolina de la pareja es el amor, pero ignoran que el amor no es lo mismo que el enamoramiento. Y así, no hacen nada para convertir su enamoramiento en amor, no porque no quieran, sino porque desconocen que pueden y deben hacerlo; al menos, si desean mantener una relación estable e indefinida. Sin enamoramiento, una pareja puede parecer absurda, pero sin amor no tiene ningún sentido. La confusión es tal que muchas de las parejas que se rompen porque ya no están enamorados admiten que se tienen “cariño”, pero, lejos de considerarlo un haber, lo desprecian como un subproducto del enamoramiento que ya no sienten, cuando quizás constituya el primer peldaño de su amor. Es cierto que nuestros padres y abuelos no podían divorciarse, pero muchas de aquellas parejas vivían juntas treinta, cuarenta o cincuenta años porque se amaban.
El enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero no es propiamente el amor. El enamoramiento, tarde o temprano, se acaba. Más bien temprano, según los expertos. Los que gustan de medir todo dicen que no dura más de seis años. Afortunadamente, porque, como apuntaba más arriba, no deja de ser un estado alterado de la conciencia. El amor es clarividente; el enamoramiento, ciego, decía al principio de este artículo. El que ama ve al amado como es, con todos sus defectos, pero los acepta y los ama. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, insiste San Pablo. El enamorado no ve a la persona de la que está enamorado tal y como es, sino de un modo idealizado. La suya es una percepción alterada. Como dice el filósofo francés André Comte-Sponville, enamorarse es amar a alguien a quien no se conoce, ilusionarse por alguien a quien no se conoce, mientras que el que ama verdaderamente se ilusiona por alguien a quien sí conoce. “La cuestión”, dice, “ es conseguir que este amor hacia el desconocido se transforme en amor hacia el conocido, porque cuando esto no sucede, entonces sí, viene el desamor. ¿Qué es un amigo? Alguien a quien se conoce muy bien y pese a ello se ama. ¿Qué es la pareja? Dos que se aman y son amigos (…) Si uno prefiere amar a quien no conoce, no está sino amándose a sí mismo”.
El enamoramiento es un proyecto de amor, una promesa de amor. El enamoramiento puede y debe convertirse en amor. Esa es la clave de las relaciones estables. Las parejas que duran son aquellas que se aman. Dicen que el amor hay que regarlo, y es verdad. El amor, no el enamoramiento. El enamoramiento no precisa de riego ninguno. Insisto: es un estado alterado de la conciencia y durará lo que las endorfinas quieran. El amor, el verdadero amor, hay que trabajarlo, como un albañil trabaja una pared, ladrillo a ladrillo, hasta levantarla. El amor, efectivamente, hay que hacerlo, no basta con sentirlo ni siquiera con expresarlo con palabras. El amor precisa de hechos (obras son amores). Por eso, hacer el amor –una expresión, por un lado, muy poco afortunada, porque reduce precisamente el amor al sexo, al enamoramiento–, constituye, por otro lado, todo un hallazgo: el amor, repito, hay que hacerlo, hay que trabajarlo, no basta con sentirlo ni expresarlo. El enamoramiento, no. Por eso existe el flechazo, el (mal) llamado amor a primera vista, pero el amor necesita tiempo y voluntad. Uno se enamora sin pretenderlo; para amar, sin embargo, hay que querer amar y ponerse manos a la obra.
En este sentido, creo que Antonio Gala tiene mucha razón cuando dice que el amor ideal consiste en una amistad con momentos eróticos. Andrés Trapiello insiste en lo mismo cuando afirma: “Privilegiados los amantes que llegan a ser amigos”. Es lo que apunta también Comte-Sponville: la pareja son “dos que se aman y son amigos”.
El título de este artículo no deja de suponer una cierta provocación. Es verdad que enamorarse no es lo mismo que amar y que la obsesión por estar siempre enamorados puede impedirnos amar, pero si el enamoramiento es un proyecto de amor, una promesa de amor, enamorarnos es lo mejor que nos puede pasar en la vida después de amar y de ser amados: es más excitante, más emocionante, más placentero, más maravilloso que el mejor de los viajes, que la mayor de las aventuras. Y encima es gratis.
Te sales, Fiz. Orgullosa me tienes.
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