domingo, 13 de noviembre de 2011

Dale, Ramón

(Publicado en 'Riadevigo.com' en 2001)


Con excepción de Brasil, España es, probablemente, el único país del mundo donde los futbolistas de élite son conocidos por su nombre de pila o mote. No es que los aficionados o la prensa especializada los llame así, sino que en sus camisetas y en las listas con las alineaciones oficiales lo que aparece es su nombre de pila o mote.

A Maradona la vox populi le llamaba Pelusa, pero en la espalda de su camiseta, además del mítico 10, ponía Maradona. No es el caso de los futbolistas españoles. Aquí Raúl es Raúl para los aficionados y los periodistas más o menos apasionados, pero también para los encargados de escribir su nombre en la camiseta o en la lista con la alineación oficial del Real Madrid. Y vale todo, no sólo nombres de pila. También se aceptan derivados cariñosos como Míchel (el ex jugador del Celta, hoy madridista también) o Fran (el bravo centrocampista del Depor) o motes descarados, como, en su día, Pirri o Migueli. No olvidemos que el trofeo al máximo goleador de la liga española se llama Pichichi para honrar al ariete del mismo nombre que dio tantas tardes de gloria al Atletic de Bilbao. Si se hubiera llamado Pérez a lo mejor ahora las cosas serían distintas.

La alineación de cualquier equipo español de primera división es una sucesión de nombres de pila y motes. Da igual que el futbolista sea un chaval sin experiencia, el benjamín del conjunto, o uno de los mejores jugadores del mundo, con un palmarés envidiable. Ahí está Raúl, insisto, pero también su compañero Guti, los barcelonistas Gabri y Xavi o los valencianistas Salva y Rufete, por citar sólo cinco ejemplos.

El fútbol gallego no escapa a esta dinámica: en el Celta juegan Juanfran y Jesuli, y en el Depor, además de Fran, Manuel Pablo, Sergio o Víctor.

Sólo Brasil, repito, se apunta a esta dinámica. Ni siquiera en otros países sudamericanos, como Argentina o Chile, sucede algo parecido. En boca de los aficionados y de los periodistas deportivos sí se oyen nombres como “el flaco”, “el mono”, “el burrito” o “la brujita”, pero este vocabulario no pasa nunca a las camisetas. Lo que pone en la tela es Burgos o Verón. Brasil, en cambio, sí se puede permitir engendrar un crack (y qué crack) denominado Pelé. El laureado futbolista brasileño se llama en realidad Edson Orantes de Nascimento, pero eso ¿cuántos aficionados lo saben? Lo mismo pasa con Zico o Rivelinho, por citar sólo dos jugadores retirados ya hace bastantes años.

En Europa los jugadores que se precian se llaman Zidane, Beckham o incluso Figo. Y en el pasado respondían a nombres como Beckenbauer, Rumenigge, Schuster, Keegan, Cruyff, Resenbrick, Van Basten, Rossi o Baggio. ¿Se imaginan a toda una selección inglesa de fútbol, aspirante a revalidar viejas glorias, con jugadores como Billy, Tommy o Bobby? Pero en España es otra cosa. Aquí lo normal es que los futbolistas se llamen Carlos, Pablo, Jose (sin acento; ni siquiera José), Quique, Richi, Alvarito o Marianín. Y algunos hasta son buenos.

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