En un lugar de La Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme, pero no puedo, porque Cervantes no lo menciona en la novela, Don Quijote pedía consejo a su fiel escudero Sancho.
–Sancho amigo, ¿cómo puedo enamorar a la sin par Dulcinea? ¿Con flores? ¿Con bombones?
–No, mi señor Don Quijote. Las flores se marchitan y los bombones se derriten. Vuestra merced debería invitarla a cenar.
–¿A cenar? ¿En una venta?
–Déjese de ventas, mi señor.
–¿En un burguer? ¿En un chino? ¿En un italiano, acaso?
–Quite, quite. Todo eso es muy vulgar. Vuestra merced debería llevarla a un restaurante de esos que llaman de la nueva cocina. Un restaurante chic, cool, hasta un poquito snob, si quiere.
–Háblame en cristiano, Sancho.
–Se lo diré en francés, mi señor. Vuestra merced debe de ser de francés, claro. Vuestra merced debió de estudiar el bachillerato antiguo. Un restaurante de la nouvelle cuisine.
–¡Pardiez, Sancho! Dímelo en castellano, a ser posible del siglo XVI.
–Un restaurante elegante, romántico, íntimo.
–Pero en esos restaurantes no se come nada; las raciones son muy pequeñas.
–A las mujeres no se las conquista por el estómago. Eso pasa con los hombres. A las mujeres se las conquista por la puesta en escena. Se lo diré en francés, para que me entienda, que usted es anterior a la EGB: la mise en scène. Y para eso qué mejor que uno de esos restaurantes donde hasta el más mínimo detalle está cuidado: la mantelería, la cubertería, la vajilla, la presentación de los platos... Es una cosa sin par, como la sin par Dulcinea.
–Pero esos restaurantes son muy caros y yo no me los puedo permitir. Soy hidalgo, pero no precisamente en buena posición económica.
–Vuestra merced podría vender su biblioteca.
–¿Mi biblioteca? Sancho hermano, mis libros de caballerías son...
–Sagrados, lo sé, pero ¿no vale más una dama que un libro de caballerías, que todos los libros de caballerías juntos?
–Sí, pero me va a doler como una lanzada en el corazón.
–Si, total, se los va a acabar quemando el cura...
–Tienes razón. ¿Conoces a algún trapero, alguna librería de viejo?
–¿Qué trapero ni qué librería de viejo? ¿Quiere venderla por cuatro perras? Véndasela a la Biblioteca Nacional. O a alguna fundación privada, extranjera mejor, que suelen pagar más. A la Thyssen-Bornemisza, por ejemplo.
Don Quijote vendió su biblioteca y, montado en su caballo Rocinante, fue a buscar a la sin par Dulcinea para invitarla a cenar.
–Mi señora Dulcinea, suba al caballo.
–¿Cómo que suba al caballo, Don Quijote? Vuestra merced sobrevalora mi estatura. Como no me ponga una escalera...
–¿Una escalera? ¿Quién me presta una escalera? (Se oye a Joan Manuel Serrat interpretando la Saeta: “¿Quién me presta una escalera para subir al madero?”).
Del cielo llovió una escalera y Dulcinea se montó en el caballo detrás de su pretendiente. En el restaurante, una vez sentados a la mesa, el camarero se acercó con la carta.
–La carta, señores. Me permito recomendarles “pato a la Tolouse con Blueberry Muffins”.
–¡En castellano, amigo, a ser posible del siglo XVI!
–¿Perdón?
–¿No hay olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes o algún palomino los domingos?
–Sí, pero hoy es jueves y la noche es de las menos. Y la olla se ha terminado.
A los postres, Don Quijote se armó de valor y habló así a la sin par Dulcinea:
–Mi señora Dulcinea, tengo que confersarle una cosa muy importante; algo que me quita el sueño, el apetito y hasta la razón. La adoro, adoro a vuestra merced.
Dulcinea no dijo nada y sólo ante la insistencia de Don Quijote apuntó:
–Mi señor don Quijote comprenderá que una mujer decente no puede decir sí a las primeras de cambio. Ni siquiera no, porque es sabido que cuando una mujer dice no quiere decir sí y cuando dice sí quiere decir quizá.
Dulcinea no volvió a abrir la boca (salvo para comer) hasta un momento antes de que abandonasen el restaurante:
–Mi señor Don Quijote, yo también quiero hacerle una confesión. Vuestra merced me llama siempre la sin par Dulcinea, pero no soy tal, no soy la sin par.
–¿Cómo que no es la sin par?
–Que sí que tengo par.
–Un par tengo yo y lo he demostrado en muchos entuertos que he desfecho, pero ahora no viene al caso. ¿Qué es eso que me quiere decir?
–Que tengo un par, que tengo una hermana gemela, para ser más exacta.
–¿Una hermana gemela?
–Sí. Y, lo que es más grave, vuestra merced la conoce, porque muchas veces que ha creído verme a mí a quien realmente ha visto ha sido a ella. De manera que yo no sé si vuestra merced está enamorado de mí o de mi hermana. O de las dos. Y vuestra merced tampoco.
A la mañana siguiente, Don Quijote lamentaba su suerte ante su fiel escudero.
–Sancho amigo, ¡qué desgraciado soy! No sé si estoy enamorado de la sin par Dulcinea (bueno, de “la con par” ahora) o de su par.
–Mi señor Don Quijote, ¿no bebería vuestra merced vino de más en la cena?
–(Enfadado) Sancho, no me toques el par.
–Ya sabe vuestra merced que cuando uno bebe demasiado, a veces ve doble. A lo mejor bebió mucho, vio dos Dulcineas y pensó que una de ellas era su hermana gemela.
–¡Basta!
–¿Y si montan un trío?
–Nunca seríamos tan famosos como Los Panchos o Las Supremes.
–Hablo de sexo.
–Yo también. Tendrías que haber visto a Las Supremes en la cama. Y a Los Panchos.
–¿Y si montamos un cuarteto?
–Imposible. La nobleza no puede mezclarse con el pueblo llano.
–¿Dos parejas, tal vez? Elija vuestra merced a la que más rabia le dé y yo me quedo con la otra.
–Te he dicho que la nobleza no puede mezclarse con el pueblo llano.
–Bueno, llano, lo que se dice llano, no soy. Mire qué panza.
–Miro, pero no.
–Pues no sé qué más decir.
–Di un refrán, que es lo tuyo.
–Con la Iglesia hemos dado.
–Eso no es un refrán y además lo digo yo.
Y en estas y otras reflexiones pasaban los días y aun las noches el valeroso caballero y su fiel escudero. Ya no se trataba sólo de cómo enamorar a una dama, sino también, y fundamentalmente, de a quién enamorar, porque, como es sabido, no se puede amar a dos mujeres a la vez (se oye a Antonio Machín cantando Corazón loco: “Yo no puedo comprender cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco”).
–Sancho amigo, ¿cómo puedo enamorar a la sin par Dulcinea? ¿Con flores? ¿Con bombones?
–No, mi señor Don Quijote. Las flores se marchitan y los bombones se derriten. Vuestra merced debería invitarla a cenar.
–¿A cenar? ¿En una venta?
–Déjese de ventas, mi señor.
–¿En un burguer? ¿En un chino? ¿En un italiano, acaso?
–Quite, quite. Todo eso es muy vulgar. Vuestra merced debería llevarla a un restaurante de esos que llaman de la nueva cocina. Un restaurante chic, cool, hasta un poquito snob, si quiere.
–Háblame en cristiano, Sancho.
–Se lo diré en francés, mi señor. Vuestra merced debe de ser de francés, claro. Vuestra merced debió de estudiar el bachillerato antiguo. Un restaurante de la nouvelle cuisine.
–¡Pardiez, Sancho! Dímelo en castellano, a ser posible del siglo XVI.
–Un restaurante elegante, romántico, íntimo.
–Pero en esos restaurantes no se come nada; las raciones son muy pequeñas.
–A las mujeres no se las conquista por el estómago. Eso pasa con los hombres. A las mujeres se las conquista por la puesta en escena. Se lo diré en francés, para que me entienda, que usted es anterior a la EGB: la mise en scène. Y para eso qué mejor que uno de esos restaurantes donde hasta el más mínimo detalle está cuidado: la mantelería, la cubertería, la vajilla, la presentación de los platos... Es una cosa sin par, como la sin par Dulcinea.
–Pero esos restaurantes son muy caros y yo no me los puedo permitir. Soy hidalgo, pero no precisamente en buena posición económica.
–Vuestra merced podría vender su biblioteca.
–¿Mi biblioteca? Sancho hermano, mis libros de caballerías son...
–Sagrados, lo sé, pero ¿no vale más una dama que un libro de caballerías, que todos los libros de caballerías juntos?
–Sí, pero me va a doler como una lanzada en el corazón.
–Si, total, se los va a acabar quemando el cura...
–Tienes razón. ¿Conoces a algún trapero, alguna librería de viejo?
–¿Qué trapero ni qué librería de viejo? ¿Quiere venderla por cuatro perras? Véndasela a la Biblioteca Nacional. O a alguna fundación privada, extranjera mejor, que suelen pagar más. A la Thyssen-Bornemisza, por ejemplo.
Don Quijote vendió su biblioteca y, montado en su caballo Rocinante, fue a buscar a la sin par Dulcinea para invitarla a cenar.
–Mi señora Dulcinea, suba al caballo.
–¿Cómo que suba al caballo, Don Quijote? Vuestra merced sobrevalora mi estatura. Como no me ponga una escalera...
–¿Una escalera? ¿Quién me presta una escalera? (Se oye a Joan Manuel Serrat interpretando la Saeta: “¿Quién me presta una escalera para subir al madero?”).
Del cielo llovió una escalera y Dulcinea se montó en el caballo detrás de su pretendiente. En el restaurante, una vez sentados a la mesa, el camarero se acercó con la carta.
–La carta, señores. Me permito recomendarles “pato a la Tolouse con Blueberry Muffins”.
–¡En castellano, amigo, a ser posible del siglo XVI!
–¿Perdón?
–¿No hay olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes o algún palomino los domingos?
–Sí, pero hoy es jueves y la noche es de las menos. Y la olla se ha terminado.
A los postres, Don Quijote se armó de valor y habló así a la sin par Dulcinea:
–Mi señora Dulcinea, tengo que confersarle una cosa muy importante; algo que me quita el sueño, el apetito y hasta la razón. La adoro, adoro a vuestra merced.
Dulcinea no dijo nada y sólo ante la insistencia de Don Quijote apuntó:
–Mi señor don Quijote comprenderá que una mujer decente no puede decir sí a las primeras de cambio. Ni siquiera no, porque es sabido que cuando una mujer dice no quiere decir sí y cuando dice sí quiere decir quizá.
Dulcinea no volvió a abrir la boca (salvo para comer) hasta un momento antes de que abandonasen el restaurante:
–Mi señor Don Quijote, yo también quiero hacerle una confesión. Vuestra merced me llama siempre la sin par Dulcinea, pero no soy tal, no soy la sin par.
–¿Cómo que no es la sin par?
–Que sí que tengo par.
–Un par tengo yo y lo he demostrado en muchos entuertos que he desfecho, pero ahora no viene al caso. ¿Qué es eso que me quiere decir?
–Que tengo un par, que tengo una hermana gemela, para ser más exacta.
–¿Una hermana gemela?
–Sí. Y, lo que es más grave, vuestra merced la conoce, porque muchas veces que ha creído verme a mí a quien realmente ha visto ha sido a ella. De manera que yo no sé si vuestra merced está enamorado de mí o de mi hermana. O de las dos. Y vuestra merced tampoco.
A la mañana siguiente, Don Quijote lamentaba su suerte ante su fiel escudero.
–Sancho amigo, ¡qué desgraciado soy! No sé si estoy enamorado de la sin par Dulcinea (bueno, de “la con par” ahora) o de su par.
–Mi señor Don Quijote, ¿no bebería vuestra merced vino de más en la cena?
–(Enfadado) Sancho, no me toques el par.
–Ya sabe vuestra merced que cuando uno bebe demasiado, a veces ve doble. A lo mejor bebió mucho, vio dos Dulcineas y pensó que una de ellas era su hermana gemela.
–¡Basta!
–¿Y si montan un trío?
–Nunca seríamos tan famosos como Los Panchos o Las Supremes.
–Hablo de sexo.
–Yo también. Tendrías que haber visto a Las Supremes en la cama. Y a Los Panchos.
–¿Y si montamos un cuarteto?
–Imposible. La nobleza no puede mezclarse con el pueblo llano.
–¿Dos parejas, tal vez? Elija vuestra merced a la que más rabia le dé y yo me quedo con la otra.
–Te he dicho que la nobleza no puede mezclarse con el pueblo llano.
–Bueno, llano, lo que se dice llano, no soy. Mire qué panza.
–Miro, pero no.
–Pues no sé qué más decir.
–Di un refrán, que es lo tuyo.
–Con la Iglesia hemos dado.
–Eso no es un refrán y además lo digo yo.
Y en estas y otras reflexiones pasaban los días y aun las noches el valeroso caballero y su fiel escudero. Ya no se trataba sólo de cómo enamorar a una dama, sino también, y fundamentalmente, de a quién enamorar, porque, como es sabido, no se puede amar a dos mujeres a la vez (se oye a Antonio Machín cantando Corazón loco: “Yo no puedo comprender cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco”).
Relato presentado al Concurso de relatos sobre El Quijote del programa 'El Ojo Crítico' de 'RNE', marzo de de 2005
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