Abril de 2012
La concesión del Premio Cervantes al
escritor chileno Nicanor Parra no solo ha puesto de actualidad a un poeta
excelente e innovador, como lo calificó el príncipe Felipe en la ceremonia de
entrega del galardón (recogido, por cierto, por un nieto del premiado, al que sus
97 años de edad impidieron trasladarse a España), sino también a un poeta
humorista.
La relación entre la poesía y el humorismo
no es nueva ni extravagante. Nace del estrecho vínculo de una y otro con el subjetivismo.
Humoristas y poetas dan una imagen subjetiva del mundo, una valoración
sentimental. “El humorismo está en los autores, no en las criaturas. El humor
es cosa del poeta, no del objeto”, explica Celestino Fernández de la Vega en O segredo do humor, seguramente el mejor
libro sobre el tema escrito en España. “El poeta da, por la manera de representar
el objeto, su concepción humorística del mundo y anuncia su participación en
ella. En este sentido, el humorismo pertenece al campo de la lírica. La lírica
consiste justamente en eso: en manifestar una manera de sentir del poeta, en
hacer patente su propio yo ideal”.
Ramón Piñeiro sostiene que entre los
gallegos (pero lo mismo se podría decir de muchos otros pueblos) humor y
lirismo nacen de una misma experiencia radical del hombre: el sentir los
límites de lo individual: “Cuando el sentimiento de esa limitación lo
experimentamos frente a la natureza, surge la soledad y, de ella, el lirismo; cuando
el sentimiento de nuestra limitación lo experimentamos frente a los demás hombres,
surge la conciencia de nuestra debilidad y, para encubrirla, nace el humorismo
(…). Vencemos la soledad cantándola y vencemos la debilidad individual
burlándonos de ella. Delante de la naturaleza somos líricos; delante de los
demás hombres, humoristas”.
El humorismo, como la poesía, es una
actitud, una posición ante la vida, un determinado modo de mirar. Una mirada
penetrante hacia la esencia de las cosas, porque el humorista y el poeta saben,
como El Principito, que “lo esencial
es invisible a los ojos”.
El humorismo, como la poesía, no es un
género literario o artístico. “La literatura está en la ficción, que puede ser
maravillosa, pero la poesía es una
realidad en sí misma. La
poesía no es literatura. Contiene nuestros gozos y nuestros
sufrimientos”, aclara
el también Premio Cervantes
Antonio Gamoneda, y Gerardo Diego, uno de los principales exponentes de la Generación
do 27, afirma que “el demonio de la
literatura es solo el rebelde y sucio ángel caído de la poesía”. Del humorismo se puede decir lo mismo.
Como estilo artístico nació en la literatura, pero no puede ser encerrado en
ningún estilo. “El humorismo me ha permitido el absurdo (…) escapa a toda ley
matemática y, al hacerlo, escapa a toda ley literaria, dándote una gran
libertad (…). Cuando es bueno, siempre es poético y nada tiene que ver con lo satírico”,
señala Cristóbal Serra.
No hace falta que nos remontemos a las
gallegas cantigas de escarnio e maldicir
de la Edad Media o a la poesía jocosa de Quevedo para encontrar en la lírica
peninsular ejemplos de genuino humor. Fernández de la Vega subraya el caso de
Antonio Machado, cuyo humorismo, dice, es “una tensión entre tragedia y
comicidad (…). Un esfuerzo por no abandonarse al dolor, a la tristeza de la
muerte, por quitarle importancia, por trivializarla”. Y pone como muestra estos
versos:
Pensando que no veía
porque Dios no le miraba,
dijo Abel cuando moría:
se acabó lo que se daba.
Y Edgar Neville dice de Ramón Gómez de
la Serna –el creador de las greguerías, definidas por él mismo como “metáfora
más humor”– que “es humorista entre otras muchas cosas; pero no llega al
humorismo por la sátira, sino por la poesía, porque Ramón, sobre todo, es un
poeta, un poeta que además nos hace el regalo de escribir en prosa”.
Más
cerca aún en el tiempo, pienso en otros poetas humoristas como Gloria Fuertes
(“Se bebe para olvidar una cosa / y se olvida todo menos esa cosa”) o el
uruguayo Mario Benedetti –todavía más cerca de Nicanor Parra, también
geográficamente–, del que poderíamos citar tantos y tantos poemas, pero nos
bastará este:
Cuando esta virgen era prostituta
soñaba con casarse y zurzir calcetines
pero desde que quiso
ser simplemente virgen
y consiguió rutinas y marido
añora aquellas noches
lluviosas y sin clientes
en que tendida en el colchón de todos
soñaba con casarse y zurcir calcetines.
Pero hablemos ya de Parra. Desde la
publicación en 1954 de sus Poemas y
antipoemas, desmitifica la sociedad a través de un humor irónico, y pone en
evidencia la ridiculez del hombre burlándose también de sí mismo con gran
puntería. Sus Artefactos (1972) y sus
Chistes para desorientar a la poesía
(1983) –el título ya lo dice todo–, por mencionar solo dos de sus obras más
originales, rebosan humor e ironía. No son dos libros propiamente dichos, sino
sendas cajas de cartón con dos compartimentos llenos de tarjetas postales en
los que el texto, siempre muy breve, va acompañado de alguna ilustración.
Como muestra, de Artefactos podemos señalar estos
botones:
Hágase hombre, señor profesor, y
déjese de andar poniendo notitas.
Mendigo alegre no inspira piedad.
USA, donde la libertad es una estatua.
La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.
Recuerdos de infancia. Los árboles aún no tenían forma de muebles y los pollos circulaban crudos por el paisaje.
Y de Chistes para desorientar a la poesía no me resisto a reproducir
esta pequeña joya:
A ver
a ver
tú que
eres tan diablito ven para acá
¿hay o
no hay libertad de expresión en
este
país…?
–Hay
ay
áááy!
Sí, la concesión del Premio Cervantes
ha rescatado del semiolvido a un gran poeta y un gran humorista, que viene
siendo lo mismo. Poesía y humor son una misma actitud ante la vida. Una actitud
que nos salva de la desesperación, que nos permite no abandonarnos al dolor, a
la tristeza de nuestra limitada condición, de la muerte al fin. Por eso la
poesía y el humor son cosas tan serias, aunque la necedad de muchos las juzgue
triviales y ligeras.