lunes, 10 de septiembre de 2012

Nicanor Parra, el poeta humorista

Abril de 2012

La concesión del Premio Cervantes al escritor chileno Nicanor Parra no solo ha puesto de actualidad a un poeta excelente e innovador, como lo calificó el príncipe Felipe en la ceremonia de entrega del galardón (recogido, por cierto, por un nieto del premiado, al que sus 97 años de edad impidieron trasladarse a España), sino también a un poeta humorista.
La relación entre la poesía y el humorismo no es nueva ni extravagante. Nace del estrecho vínculo de una y otro con el subjetivismo. Humoristas y poetas dan una imagen subjetiva del mundo, una valoración sentimental. “El humorismo está en los autores, no en las criaturas. El humor es cosa del poeta, no del objeto”, explica Celestino Fernández de la Vega en O segredo do humor, seguramente el mejor libro sobre el tema escrito en España. “El poeta da, por la manera de representar el objeto, su concepción humorística del mundo y anuncia su participación en ella. En este sentido, el humorismo pertenece al campo de la lírica. La lírica consiste justamente en eso: en manifestar una manera de sentir del poeta, en hacer patente su propio yo ideal”.
Ramón Piñeiro sostiene que entre los gallegos (pero lo mismo se podría decir de muchos otros pueblos) humor y lirismo nacen de una misma experiencia radical del hombre: el sentir los límites de lo individual: “Cuando el sentimiento de esa limitación lo experimentamos frente a la natureza, surge la soledad y, de ella, el lirismo; cuando el sentimiento de nuestra limitación lo experimentamos frente a los demás hombres, surge la conciencia de nuestra debilidad y, para encubrirla, nace el humorismo (…). Vencemos la soledad cantándola y vencemos la debilidad individual burlándonos de ella. Delante de la naturaleza somos líricos; delante de los demás hombres, humoristas”.
El humorismo, como la poesía, es una actitud, una posición ante la vida, un determinado modo de mirar. Una mirada penetrante hacia la esencia de las cosas, porque el humorista y el poeta saben, como El Principito, que “lo esencial es invisible a los ojos”.
El humorismo, como la poesía, no es un género literario o artístico. “La literatura está en la ficción, que puede ser maravillosa, pero la poesía es una realidad en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros gozos y nuestros sufrimientos”, aclara el también Premio Cervantes Antonio Gamoneda, y Gerardo Diego, uno de los principales exponentes de la Generación do 27, afirma que “el demonio de la literatura es solo el rebelde y sucio ángel caído de la poesía”. Del humorismo se puede decir lo mismo. Como estilo artístico nació en la literatura, pero no puede ser encerrado en ningún estilo. “El humorismo me ha permitido el absurdo (…) escapa a toda ley matemática y, al hacerlo, escapa a toda ley literaria, dándote una gran libertad (…). Cuando es bueno, siempre es poético y nada tiene que ver con lo satírico”, señala Cristóbal Serra.
No hace falta que nos remontemos a las gallegas cantigas de escarnio e maldicir de la Edad Media o a la poesía jocosa de Quevedo para encontrar en la lírica peninsular ejemplos de genuino humor. Fernández de la Vega subraya el caso de Antonio Machado, cuyo humorismo, dice, es “una tensión entre tragedia y comicidad (…). Un esfuerzo por no abandonarse al dolor, a la tristeza de la muerte, por quitarle importancia, por trivializarla”. Y pone como muestra estos versos:
Pensando que no veía
porque Dios no le miraba,
dijo Abel cuando moría:
se acabó lo que se daba.

Y Edgar Neville dice de Ramón Gómez de la Serna –el creador de las greguerías, definidas por él mismo como “metáfora más humor”– que “es humorista entre otras muchas cosas; pero no llega al humorismo por la sátira, sino por la poesía, porque Ramón, sobre todo, es un poeta, un poeta que además nos hace el regalo de escribir en prosa”.
Más cerca aún en el tiempo, pienso en otros poetas humoristas como Gloria Fuertes (“Se bebe para olvidar una cosa / y se olvida todo menos esa cosa”) o el uruguayo Mario Benedetti –todavía más cerca de Nicanor Parra, también geográficamente–, del que poderíamos citar tantos y tantos poemas, pero nos bastará este:
Cuando esta virgen era prostituta
soñaba con casarse y zurzir calcetines
pero desde que quiso
ser simplemente virgen
y consiguió rutinas y marido
añora aquellas noches
lluviosas y sin clientes
en que tendida en el colchón de todos
soñaba con casarse y zurcir calcetines.

Pero hablemos ya de Parra. Desde la publicación en 1954 de sus Poemas y antipoemas, desmitifica la sociedad a través de un humor irónico, y pone en evidencia la ridiculez del hombre burlándose también de sí mismo con gran puntería. Sus Artefactos (1972) y sus Chistes para desorientar a la poesía (1983) –el título ya lo dice todo–, por mencionar solo dos de sus obras más originales, rebosan humor e ironía. No son dos libros propiamente dichos, sino sendas cajas de cartón con dos compartimentos llenos de tarjetas postales en los que el texto, siempre muy breve, va acompañado de alguna ilustración.
Como muestra, de Artefactos podemos señalar estos botones:
Hágase hombre, señor profesor, y déjese de andar poniendo notitas.

Mendigo alegre no inspira piedad.

USA, donde la libertad es una estatua.

La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas.

Recuerdos de infancia. Los árboles aún no tenían forma de muebles y los pollos circulaban crudos por el paisaje.
Y de Chistes para desorientar a la poesía no me resisto a reproducir esta pequeña joya:
A ver a ver
tú que eres tan diablito ven para acá
¿hay o no hay libertad de expresión en
este país…?
–Hay
ay
áááy!

Sí, la concesión del Premio Cervantes ha rescatado del semiolvido a un gran poeta y un gran humorista, que viene siendo lo mismo. Poesía y humor son una misma actitud ante la vida. Una actitud que nos salva de la desesperación, que nos permite no abandonarnos al dolor, a la tristeza de nuestra limitada condición, de la muerte al fin. Por eso la poesía y el humor son cosas tan serias, aunque la necedad de muchos las juzgue triviales y ligeras.

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