domingo, 11 de diciembre de 2011

Islamismo moderado?

Con gallo das vitorias electorais dos islamistas en Exipto, Marrocos e Túnez, a prensa española vén falando do islamismo moderado e do papel que pode xogar nos vindeiros anos no Magreb. Mais eu pregúntome: hai un islamismo moderado? Pódeo haber?

Unha cousa é o islam –unha relixión– e outra o islamismo –unha ideoloxía, e coido que sempre totalitaria–. O que defenden os islamistas é o Estado teocrático, a confusión entre a relixión e a política coa primacía sempre da primeira. O islamismo é, xa que logo, unha ideoloxía totalitaria, coma o foron o nazismo, o fascismo, o estalinismo ou, aquí en España, o nacional-catolicismo. O catolicismo é unha relixión, mais o nacional-catolicismo de Franco era unha ideoloxía, e totalitaria.

Falar de islamismo moderado –témome– non ten sentido ningún. É coma falar dun nazismo moderado. Seica houbo nazis moderados? Quen sería un nazi moderado? Aquel que, en troques de avogar polo asasinato de seis millóns de xudeus, avogase “só” polo de tres?

martes, 15 de noviembre de 2011

Futbolistas que leen y escriben

Pepe Mel, el entrenador del Betis, presentó a mediados de octubre su primera novela, El mentiroso, “un libro de arqueología, historia y misterio”, según su autor. “Es un millonario que se dedica a tener antigüedades y que encuentra la posibilidad de buscar unos manuscritos robados. Esto le provoca una serie de problemas, incluso con el Vaticano”, explicó. El técnico madrileño, de 48 años, que fue jugador antes que entrenador, ha confesado que está preparando otros dos libros: uno infantil sobre fútbol y una novela sobre Velázquez.

Mel entra así, por la puerta grande, en el rarísimo club de los futbolistas que leen y/o escriben. Al entrenador del Betis podríamos añadir a bote pronto los nombres de Diarte, Pardeza, Valdano, Guardiola o Kaká.

Diarte, un lobo poeta
La muerte en junio del lobo Diarte, aquel portentoso delantero que deleitó a las aficiones del Zaragoza, Valencia y Betis en los años 70, reveló una interesante faceta del futbolista que muchos desconocíamos: su afición a la lectura e incluso a la escritura, en particular a la poesía. A este excepcional paraguayo al que el cáncer le sorprendió siendo el seleccionador nacional de Guinea Ecuatorial le gustaba leer poesía, según desveló la prensa. Ángel González era su autor preferido, junto a los poetas de la generación del 27 y sus paisanos Josefina Pla y Augusto Roa Bastos. Pero, además, escribió 187 obras registradas en la propiedad intelectual de Valencia – poemas cortos y narraciones–, que esperan ahora su próxima publicación.

El doctor Pardeza

Pardeza, ese integrante de la Quinta del Buitre que tuvo que emigrar a Zaragoza para triunfar, es todo un señor doctor en Filosofía y Letras y autor de cuatro extensos volúmenes sobre artículos de César González Ruano –periodista sobre el que realizó su tesis doctoral–, Rosso de Luna y otros escritores de La Bohemia. Su relación con las letras le ha permitido, además, colaborar asiduamente en la prensa escrita y ejercer de pregonero de la Feria del Libro Viejo y Antiguo de Zaragoza en 2006. La alta formación humana y deportiva de este futbolista le ha llevado, además, a trabajar sucesivamente como director técnico del Zaragoza y director deportivo del Real Madrid.

El economista Butragueño
Pardeza tuvo la desgracia de cruzarse en su camino con Butragueño, que fue quien le cerró las puertas a la titularidad en el Real Madrid. El Buitre tampoco descuidó nunca su formación. Es licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y máster en Gestión de Entidades Deportivas por la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA). Desde julio de 2009 dirige la Escuela de Estudios Universitarios Real Madrid-Universidad Europea de Madrid, primer centro universitario especializado en el deporte y su relación con la gestión, la salud, la comunicación y el ocio. También es el director de Relaciones Institucionales del club blanco.

El filósofo Valdano
Director deportivo del Real Madrid fue también Valdano, además de director general de Presidencia, cargo del que Florentino Pérez le apeó en mayo. El delantero internacional argentino era conocido por su labia ya en sus tiempos de jugador, por la que se ganó el apodo del filósofo. Tras retirarse, además de entrenar a varios equipos y de ejercer las citadas funciones directivas, se ha prodigado como articulista de prensa y ha escrito cinco libros: Sueños de fútbol, Cuentos de fútbol, Cuentos de fútbol II, Los cuadernos de Valdano y El miedo escénico y otras hierbas. Además, en 2006 se publicó el volumen La pasión según Valdano, del periodista argentino Ariel Scher, donde el exfutbolista habla de la relación entre deporte, negocio y política, y opina sobre jugadores del fútbol actual como Ronaldo, Ronaldinho e Ibrahimovic, entre otros. Ese mismo año, Valdano publicó un capítulo memorable comparando a Guardiola y Maradona y sus estilos de liderazgo en el libro Administración Inteligente, editado por el Ministerio de Administraciones Públicas.

Guardiola, lector empedernido
No podemos dejar de mencionar a Guardiola, el flamante entrenador del Barça, que ya en su etapa de jugador llamaba la atención por preferir leer un libro durante las concentraciones de su equipo a jugar a la play o escuchar música en el i-phone. Su conocida inclinación por los libros, la música y el cine fue siempre objeto de burlas por parte de algunos sectores, y ha sido particularmente explotada por el programa humorístico Crackòvia de TV3. El escritor y cineasta David Trueba es uno de sus gurús –le recomienda películas y libros–, pero dicen que su mujer, a la que conoció a los 18 años, es quien ha alimentado sus gustos por los viajes, la fotografía y la lectura, así como por la ropa chic, ya que su familia tiene una conocida tienda dedicada al textil. Guardiola fue el padrino de la edición 2010 de un libro de cuentos de fútbol con cuyas ventas se realizan donaciones a distintas ONG.

El devoto Kaká

Aficionado a la lectura, al arte, al cine y el teatro es también Kaká, el centrocampista brasileño del Real Madrid, que entre todos los libros prefiere la Biblia. El Balón de Oro 2007 es un devoto evangélico que ya ha manifestado su intención de hacerse pastor cuando cuelgue las botas, las mismas en las que ha hecho escribir la leyenda “Dios es fiel”. Tras ganar la final de la Champions de 2007 con el Milán, se arrodilló en el Olímpico de Atenas mientras mostraba una camiseta en la que se podía leer “pertenezco a Jesús”. Kaká prefiere la lectura y las reuniones familiares a las fiestas y las discotecas, a diferencia de otros cracks brasileños como Romario o Ronaldinho, famosos por sus escapadas nocturnas.

2+5=8. Operaçao sidra

(Escrito em julho de 1995, depois do meu primeiro curso de português em Lisboa)

O João e a sua mãe costumavam olhar juntos o ceu.

-Mamá, eu quero ir à lua.
-Cala, menino. Não sabes o que estás a dizer. À lua só vão os poetas ou os loucos. Nem sequer todos os astronautas lá vão.
-Mas eu quero ir...

Inconformado, o pequeno Jão começou os preparativos para a viagem. O seu maior problema era como se propulsar até a lua. Tinha observado que quando abres uma garrafa de sidra depois de a agitar, a rolha sae disparada para cima e bate contra o tecto. Talvez aquela força fosse suficiente para lhe aproximar da lua. Na sua casa havia uma garrafa de sidra guardada para o Natal. Apanhari-a emprestada e voaria à lua montado na rolha. A descolagem teria lugar no jardim da casa à noite entanto a sua mãe durmesse. Aquela operação chamaria-se “sidra” em reconhecimento a tão singular propulsor e levaria também algum número no nome. Tinha visto nos filmes que os projectos espacias soem ser baptizados assim. Escolleu uma soma (“2+5”) e acrescentou “=8” porque nunca tinha sido muito bom em Matemática.

-Olá, lua.
-Olá, João.
-Como é que sabes o meu nome?
-Porque mo dixo o sol. Ele sabe os nomes de todas as crianças. Sae de dia e vê e ouve todo, não como eu, que apenas velo os vossos sonhos.
-És muito bonita, lua.
-Tu também, mas chega de piropos. Tenho de me ir para que saia o sol. Além disso, a tua mãe está a ponto de acordar e vai-se preocupar muito se não te vê em casa. Tens de regressar à terra.

A volta à terra foi singela. O João deixou-se escorregar pelo contorno da lua e depois, ajudado por um dos chapéus-de-chuva que a lua utiliza quando chove (em cima da lua também há nuvens), descendeu suavemente até a não menos macia e afofada erva do jardim da sua casa.

O Jão nunca disse a sua mãe que tinha ido à lua. Ela não haveria acreditado nele e, de todas maneiras, chegava-lhe com a cumplicidade da sua nova e reluzinte amiga.

-À lua... Olha que querer ir á lua...
-Algum dia serei um poeta e lá irei.
-Sim, mas antes tens de estudar muito. E olhar muito o ceu...

domingo, 13 de noviembre de 2011

Dale, Ramón

(Publicado en 'Riadevigo.com' en 2001)


Con excepción de Brasil, España es, probablemente, el único país del mundo donde los futbolistas de élite son conocidos por su nombre de pila o mote. No es que los aficionados o la prensa especializada los llame así, sino que en sus camisetas y en las listas con las alineaciones oficiales lo que aparece es su nombre de pila o mote.

A Maradona la vox populi le llamaba Pelusa, pero en la espalda de su camiseta, además del mítico 10, ponía Maradona. No es el caso de los futbolistas españoles. Aquí Raúl es Raúl para los aficionados y los periodistas más o menos apasionados, pero también para los encargados de escribir su nombre en la camiseta o en la lista con la alineación oficial del Real Madrid. Y vale todo, no sólo nombres de pila. También se aceptan derivados cariñosos como Míchel (el ex jugador del Celta, hoy madridista también) o Fran (el bravo centrocampista del Depor) o motes descarados, como, en su día, Pirri o Migueli. No olvidemos que el trofeo al máximo goleador de la liga española se llama Pichichi para honrar al ariete del mismo nombre que dio tantas tardes de gloria al Atletic de Bilbao. Si se hubiera llamado Pérez a lo mejor ahora las cosas serían distintas.

La alineación de cualquier equipo español de primera división es una sucesión de nombres de pila y motes. Da igual que el futbolista sea un chaval sin experiencia, el benjamín del conjunto, o uno de los mejores jugadores del mundo, con un palmarés envidiable. Ahí está Raúl, insisto, pero también su compañero Guti, los barcelonistas Gabri y Xavi o los valencianistas Salva y Rufete, por citar sólo cinco ejemplos.

El fútbol gallego no escapa a esta dinámica: en el Celta juegan Juanfran y Jesuli, y en el Depor, además de Fran, Manuel Pablo, Sergio o Víctor.

Sólo Brasil, repito, se apunta a esta dinámica. Ni siquiera en otros países sudamericanos, como Argentina o Chile, sucede algo parecido. En boca de los aficionados y de los periodistas deportivos sí se oyen nombres como “el flaco”, “el mono”, “el burrito” o “la brujita”, pero este vocabulario no pasa nunca a las camisetas. Lo que pone en la tela es Burgos o Verón. Brasil, en cambio, sí se puede permitir engendrar un crack (y qué crack) denominado Pelé. El laureado futbolista brasileño se llama en realidad Edson Orantes de Nascimento, pero eso ¿cuántos aficionados lo saben? Lo mismo pasa con Zico o Rivelinho, por citar sólo dos jugadores retirados ya hace bastantes años.

En Europa los jugadores que se precian se llaman Zidane, Beckham o incluso Figo. Y en el pasado respondían a nombres como Beckenbauer, Rumenigge, Schuster, Keegan, Cruyff, Resenbrick, Van Basten, Rossi o Baggio. ¿Se imaginan a toda una selección inglesa de fútbol, aspirante a revalidar viejas glorias, con jugadores como Billy, Tommy o Bobby? Pero en España es otra cosa. Aquí lo normal es que los futbolistas se llamen Carlos, Pablo, Jose (sin acento; ni siquiera José), Quique, Richi, Alvarito o Marianín. Y algunos hasta son buenos.

El listín telefónico ¿del Cielo?

(Publicado en Riadevigo.com en septiembre de 2001)

Una atenta mirada a la guía telefónica de Vigo nos puede hacer creer que estamos en el Vaticano o incluso en el mismísimo Cielo. Y no por el Obispado de Tui-Vigo o la Concatedral de Santa María, sino por la cantidad de cregos, obispos, cardenales, santos y aun dioses que figuran. Por lo menos, de apellido.

“Si tú eres Crego, yo soy Obispo”. Es lo que podrían decir las dos personas apellidadas Obispo a las trece de apellido Crego. Por cierto, uno de estos ‘prelados’ es ginecólogo, una actividad poco adecuada para un príncipe de la Iglesia, del que se supone que explora territorios menos carnales.

“Tú serás Obispo, pero yo soy Cardenal”. Y es que los tres ‘obispos’ de la guía poco pueden presumir ante los tres vecinos de Vigo apellidados Cardenal. Uno de ellos, Cardenal Cristo, para más inri, y nunca mejor dicho lo de inri.

Pero donde hay patrón no manda marinero. Y un santo siempre es un patrón frente a un cardenal. Son cientos los residentes en Vigo que tiene por apellido el nombre de un santo, desde Sangabriel hasta San Isidro, pasando por Santamónica y, cómo no, Santamaría. En medio nos encontramos con Sangermán, San Jorge, San José, Sanjuan (uno de ellos, Sanjuan Iglesias, por cierto, y es que dónde mejor va a estar un santo que en una iglesia, y otro, Sanjuan Sanjuan, santo hasta el paroxismo), San Román, Sanpayo, San Pedro, Sanmillán, San Miguel, Sanjurjo (uno, Sanjurjo Milagros, sin comentarios), San Luis, Sanmartín, etc. Y si me permiten el chiste, Samsung, Sanyo (santo, pero egoísta) y, por qué no, Santander, santo a fuerza de humilde, que, pudiendo haber nacido en Bilbao, nació en la capital de Cantabria.

Sin embargo, para santos, Dios. Ni San Pedro bendito, ni Sangabriel, con todo lo arcángel que sea, ni San Isidro, por poco mordedor que resulte (santo labrador, poco mordedor, dice el refrán) pueden hacer nada ante los ¡74! Dioses (entiéndaseme, las 74 personas de apellido Dios) de la guía telefónica. Ahora bien, si establecemos también una jerarquía de Dioses, el primer puesto es para De Dios de Dios. Luego están De Dios Rouco, a medio camino entre Dios y cardenal (Rouco Varela, por supuesto) o De Dios Vispo, a caballo entre Dios y obispo.

Hurgando más en el eclesial listín telefónico encontramos a Dios Manso, como no podía ser de otra manera (el Dios iracundo no pasó del Antiguo Testamento), que además vive en San Xosé, como también cabría esperar, pues, según los Evangelios, Jesús moró en la casa de su padre hasta los 30 años. Lógica tiene también que otro Dios viva en Covadonga, donde dicen que Don Pelayo comenzó la Reconquista y donde hoy se levanta un santuario dedicado a la Virgen, y uno más lo haga en Párroco José Otero. A los párrocos se les supone el amor a Dios, como a los toreros el valor.

Pero si hay un Dios consecuente, ese es Dios Misa. Y es que la patronimia hace extraños (por sorprendentes) compañeros de cama. O, mejor, la cama hace extraños compañeros de patronimia. Amén.

Por que os vigueses miramos sempre e nunca vemos

Os vigueses confundimos os verbos ver e mirar ou, mellor dito, usamos sempre mirar: tanto para “percibir coa vista” como para “fixar a vista”. Os vigueses miramos sempre e nunca vemos. Así, en Vigo e os seus derredores é habitual escoitar frases coma “onte mireite na rúa”, no canto de “onte vinte na rúa”, que a un forasteiro lle soan necesariamente extrañas.

De onde vén esta confusión? Cal é a orixe deste uso tan particular? Os expertos terán, seguramente, as súas explicacións, mais a min gústame pensar que o berce de todo está no Monte do Castro, no primeiro poboamento no que os vigueses se agruparon. Dende aí, dende esa altura, vían todos os días esa marabilla que é a ría de Vigo. Víana un día si e outro tamén. Víana sempre, arreo, cando traballaban e cando folgaban, cando comían e cando xaxuaban. Víana porque non tiñan outro remedio. Se hai algo que se ve dende o Monte do Castro é a ría de Vigo (xa sabemos que os turistas suben aí para obteren as mellores vistas da ría). Víana, mais non a miraban. Ata que un día a miraron. E, claro, namoráronse dela. E baixaron do monte e estabelecéronse no Berbés, á súa beira, para sentiren os bicos das súas ondas, os aloumiños da súa escuma. Aí crearon esa aldeíña de mariñeiros que foi sempre o Berbés, ata que os recheos lle mudaron a faciana. Os vigueses sempre viron a súa ría, mais ata que non a miraron non foron ao seu encontro. Aí comezou unha historia de amor(-odio) que chega ata hoxe: a dos vigueses coa súa ría. A que lles fai (a que nos fai) mirar cando outros ven.

U-lo ‘glamour’? Foise co vento?

(Da xordeira de Imanol Arias, a perdas de ouriños de Concha Velasco e os problemas de tránsito intestinal de José Coronado)

Nos últimos tempos soubemos que José Coronado sofre problemas de tránsito intestinal, Concha Velasco ten perdas de ouriños (seica leves) e Imanol Arias ouve máis ben pouco.

Os tres actores fixeron cadanseu spot anunciando un produto para combater a disfunción que padecen.

Que necesidade tiña Imanol Arias de que toda España saiba que está medio xordo?Que necesidade tiña José Coronado de que todos os españois saibamos que pasa tres días enteiros sen ir ao baño? Que necesidade tiña Concha Velasco de que todo o país saiba que, pola contra, ten que mexar cada cinco minutos?

Hai unha cousa inherente ao traballo do actor e da actriz que se chama glamour. Mais que glamour pode ter un actor do que sabemos que está máis xordo ca unha parede? Que glamour poder ter un actor do que sabemos que precisa unha lavativa todos os días? Que glamour poder ter unha actriz da que sabemos que ten que levar coiros no canto de cambiar os dos seus netos.

Algúns diranme que é unha necesidade de cartos, que Gaes, Indasec e Danone páganlles moito diñeiro a Imanol Arias, José Coronado e Concha Velasco por faceren cadanseu anuncio. Mais insisto: é o glamour? Non vale máis ca todos eses cartos? Amais, o diñeiro pode recuperarse, mais o glamour non. Xa nunca volveremos mirar estes tres actores do mesmo xeito. Xa sempre levantarémoslle a voz a Imanol Arias, miraremos con cara de mágoa a José Coronado e indicarémoslle onde está o baño a Concha Velasco, no canto de lles pedir un autógrafo.

U-lo glamour? Foise co vento? Seica.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Lennon y familia

Publicado en 'Páginas Digital' (junio de 2011)

Para hablar de John Lennon no se necesita ninguna excusa, pero el estreno en España de Nowhere Boy, la película de Sam Taylor-Wood sobre la juventud del beatle, nos da pie para un enésimo acercamiento a su figura, en este caso a su entorno más familiar –sus padres, su tía Mimi (que fue quien lo crió), sus mujeres y sus hijos– a través de algunas de las canciones del autor de Imagine.

Julia Stanley, su madre

Nació el 12 de marzo de 1914. De carácer alocado e impulsivo, se casó con Alfred Lennon, trabajador de una compañía marítima, el 3 de diciembre de 1938, poco después de conocerlo. Su hijo John vino al mundo el 9 de diciembre de 1940, en plena guerra mundial. El trabajo de Alfred lo alejó de la familia. Como Julia no tenía suficientes recursos para mantener a John, lo dejó en manos de su hermana Mimi, que lo cuidó como si fuera su hijo. Julia nunca se separó legalmente de Alfred, pero unió su vida a Robert Dickins, con el que tuvo dos hijos más. Dickins no quería al hijo de otro hombre en su casa y John tuvo que permanecer definitivamente con Mimi. Pese a todo, Julia visitaba con frecuencia a su hijo y llegaron a establecer una relación de amistad. Julia enseñó a John a tocar el banjo y lo animaba en su faceta más creativa. El 15 de julio de 1958, cuando se estaban restableciendo las relaciones entre ambos, un policía borracho la atropelló con su coche. John se encerró en sí mismo a partir de aquel día y dedicó todos sus esfuerzos a la música. Su amistad con Paul McCartney se basaba en parte en el hecho de que Paul también había perdido a su madre.

En el álbum blanco de los Beatles, John incluyó una tierna balada interpretada sólo con su guitarra titulada Julia. “La canción era realmente una mezcla de imágenes de Yoko y mi madre”, diría John a la revista Rolling Stone a finales de 1980, en su última entrevista antes de morir. De hecho, John llamaba a Yoko “mamá”. La canción empieza así: “La mitad de lo que digo no tiene sentido. Lo digo sólo para llegar a ti, Julia, criatura del océano que me llama. Por eso canto una canción de amor, Julia, ojos de concha marina, sonrisa de viento que me llama”.

En Plastic Ono Band, su primer disco en solitario, Lennon exorciza los recuerdos de su madre en dos canciones: Mother y My Mummy Is Dead. En esa época se estaba sometiendo a la terapia del grito primal del doctor Jacob, que suponía una introspección muy grande y muy dolorosa, pero también liberadora. En Mother, dice: “Madre, tú me tuviste, pero yo nunca te tuve. Yo te quise; tú no me quisiste. Así pues, solo he de decirte adiós”, para gritar más adelante: “Mamá, no te vayas”. En My Mummy Is Dead, afirma: “Mi mamá está muerta. No puedo hacerme a la idea. (…). No puedo explicarlo. Tanto dolor. Nunca pude mostrarlo”.

Alfred Lennon, su padre

Nació en 1912 y pasó diez años en un orfanato tras la muerte de su padre. Cuando conoció a Julia era camarero en un barco que efectuaba la travesía entre Liverpool y los Estados Unidos. El nacimiento de John le sorprendió en plena travesía transoceánica; de hecho, no vio a su hijo hasta que cumplió cinco años. Desapareció todo ese tiempo y sólo envió algún dinero para su manutención durante los cinco primeros meses. Al volver a Inglaterra en 1945, intentó llevarse consigo a John a Nueva Zelanda, donde pretendía iniciar una nueva vida. Tiempo después, cuando descubrió que su hijo era una persona famosa y sobre todo rica, se presentó en las oficinas de los Beatles en Londres para hablar con John, quien únicamente le concedió veinte minutos antes de despedirlo. Pese a todo, y ante la insistencia y las penurias de su padre, John accedió a abrirle las puertas de su casa y le pasó una mensualidad durante algún tiempo. Sin escrúpulos, Alfred explotó al máximo sus posibilidades de éxito y no dejó de conceder entrevistas y de prodigarse en apariciones públicas hasta que conoció a una fan del grupo, con la que llegó a casarse. Para aumentar sus ingresos publicó un single pretendidamente autobiográfico que apareció el 31 de diciembre de 1965. Alcohólico y canceroso, murió en 1977.

En Mother, John también tiene palabras para él: “Padre, tú me abandonaste, pero yo nunca te abandoné. Yo te necesité; tú no me necesitaste. Así pues, solo he de decirte adiós. (…). Papá, vuelve a casa”.

Mimi Smith, su tía

Hermana de su madre, fue la encargada real de la educación de John. Estaba casada con George Smith, pero no tuvo hijos. La actitud rebelde y ácrata de Lennon chocó a menudo con la rigidez y el carácter estricto de Mimi. El luego famosísimo beatle guardaba en su domicilio de Londres una placa con unas palabras que su tía le repetía constantemente: “Nunca te ganarás la vida con la guitarra”. Mimi se opuso a la boda de John con Cynthia Lennon hasta el punto de no acudir a la celebración, pero más tarde harían las paces. En 1965 John le regaló una casa en Bournemouth, en la que residió hasta su muerte.

En la canción Strawberry Fields Forever, lanzada como single en 1967 e incluida más tarde en el LP estadounidense Magical Mistery Tour, John desgrana algunos recuerdos de su niñez con Mimi, cuando jugaba en el jardín de un orfanato del Ejército de Salvación llamado Strawberry Field, cerca de su casa en Woolton, un suburbio de Liverpool: “Déjame llevarte, porque voy a Strawberry Field (Campos de Fresas). Nada es real y no hay nada por lo que preocuparse. Strawberry Field para siempre”. Mimi recordaba así esos días en la biografía autorizada de los Beatles, de Hunter Davis: “Tan pronto se escuchaban los primeros compases de la banda del Ejército de Salvación, John comenzaba a dar saltos de impaciencia y a gritar: ‘Vamos, Mimi. Llegaremos tarde”. Paul McCartney también rememoró su infancia en Liverpool en otra canción de los Beatles, pero en su caso situó el escenario en la calle Penny Lane.

Cynthia Powell, su primera mujer

Nació el 10 de septiembre de 1939. Conoció a John en la Escuela Superior de Arte de Liverpool, donde ambos estudiaban. Se casaron el 23 de agosto de 1962, tras descubrir que ella estaba embarazada. El padrino de la boda fue Paul McCartney. El matrimonio y la posterior paternidad de John se mantuvieron en secreto para no decepcionar a las fans. La vida de Cynthia no fue nada fácil durante la época de la beatlemanía. En un principio tenía que esconderse para que no se supiera quién era, y ante la eventualidad negar su relación con Lennon. Su vida junto John fue casi nula. Constantemente de gira o encerrado en los estudios de grabación, casi no se veían, aunque ella insistió en acompañar a su marido en muchas de sus giras. Incluso, como el resto de las mujeres de los Beatles, llegó a ir a la India en febrero de 1968, para el curso de meditación trascendental. Pero aquel fue el principio del fin. Lennon ya conocía a Yoko Ono. Se divorciaron el 8 de noviembre de 1968. Cynthia, que se volvió a casar, vive actualmente en Mallorca.

No consta formalmente que John le dedicase ninguna canción, pero hay que suponer que muchas de los temas de amor compuestos por el beatle durante los primeros tiempos de su relación, como Love Me Do, Please Please me, Do You Want To Know A Secret o I Want To Hold Your Hand, estarían inspirados en ella. De hecho, teniendo en cuenta que el principio de su relación fue un baile estudiantil en la Navidad de 1958, la letra de I Saw Her Standing There bien podría estar dirigida a ella: “Tenía solo 17 años, ya sabes lo que quiero decir, y su aspecto era incomparable. Así pues, ¿cómo iba yo a bailar con otra. (…). El corazón me dio un vuelco cuando crucé la sala y le cogí la mano. Oh, bailamos toda la noche muy abrazados, y enseguida me enamoré. Ahora ya nunca bailaré con otra”.

Yoko Ono, su segunda mujer

Nació el 18 de febrero de 1933. Proveniente de una familia de la alta oligarquía financiera japonesa, se educó en los mejores colegios de los Estados Unidos, donde su padre trabajaba para un banco nipón. Se instaló en Londres en 1966, exponiendo sus trabajos conceptuales y happenings en la galería Indica. Allí conoció a John en noviembre. Se casaron en Gibraltar el 20 de noviembre de 1969. Ella ya había estado casada dos veces y tenía una hija. John cambió su nombre legal de John Winston Lennon a John Ono Lennon. Yoko involucró a su marido en sus proyectos artísticos, y John hizo otro tanto con ella. Odiada por los fans de los Beatles, que la acusaban de ser la culpable de la separación del grupo, su imagen se revalorizó tras la muerte de Lennon.

John dedicó a Yoko cantidad de canciones, empezando por Ballad of John and Yoko, donde cuenta su boda, y siguiendo por Dear Yoko o Oh Yoko. Tambien Woman, de Double Fantasy, su último disco en vida, de la que decía en Rolling Stone: “Es para Yoko y todas las mujeres. Porque la historia de mi relación con las mujeres es muy pobre –muy macho, muy estúpida, muy típica de un cierto tipo de hombre, que supongo que es muy sensible e inseguro, pero actúa con agresividad, en plan macho, intentado tapar su lado femenino, algo que yo todavía tengo tendencia a hacer. Pero estoy aprendiendo a reconocer que está bien ser suave, porque es mi lado agradable”. En Woman, John dice: “Mujer, difícilmente puedo expresar mis mezcladas emociones y mi inconsciencia. Después de todo, estoy en eterna deuda contigo (…) por mostrarme el significado del éxito. Mujer, yo sé que tú entiendes al niño que hay dentro del hombre. Por favor, recuerda que mi vida está en tus manos y mantenme cerca de tu corazón. (…). Mujer, por favor, déjame explicarte que nunca pretendí causarte tristeza o dolor. Así que déjame decirte una y otra vez te amo”.

Julian Lennon, su primer hijo

Nació el 8 de abril de 1963 en Liverpool, fruto de su relación con Cynthia. Su nombre es un homenaje a su difunta abuela, Julia. Debutó musicalmente a los 10 años tocando la batería en la canción Ya-Ya del álbum Walls and Bridges de su padre. En 1985 inició su propia carrera discográfica, con un estilo demasiado parecido al de su padre y con resultados bastante discretos. Su voz, aspecto y estilo musical son muy similares a los de John, por lo que se especuló alguna vez con el retorno de los Beatles con él como integrante, lo que nunca sucedió.

Lennon se inspiró en un dibujo de Julian para componer la canción Lucy in the Sky with Diamonds, del Sargent Pepper’s, en el que algunos quisieron ver una apología del LSD. También le dedicó una nana, Good Night, cantada por Ringo Starr en el disco blanco (“Ahora el sol apaga su luz. Buenas noches, que duermas bien. Que tengas dulces sueños por mí. Que tengas dulces sueños para ti”.

También Paul McCartney escribió Hey Jude pensando en él: “Oye, Jude (Julian), no lo estropees. Coge una canción triste y mejórala. Recuerda que has de hacerle un sitio en tu corazón. Sólo así podrán irte mejor las cosas”. John siempre pensó que el destinatario del tema era realmente él, y así lo manifestó a Rolling Stone: “Paul dijo que era sobre Julian. Él sabía que yo estaba rompiendo con Cyn y abandonando a Julian, y vino en coche para ver a Julian y decirle hola. Había sido como un tío para él. Y apareció con Hey Jude. Pero yo siempre la oía como una canción para mí. Yoko acababa de entrar en escena. Él está diciendo: ‘Oye, Jude (oye, John)’. Subconscientemente estaba diciéndome: ‘Adelante, déjame”.

Sean Lennon, su segundo hijo

Nació en Nueva York en 1975, fruto de su relación con Yoko Ono. Después de su nacimiento, John abandonó la vida pública y se convirtió en amo de casa, cuidando a su hijo hasta su asesinato en 1980. No quería repetir sus errores con Julian. Sean debutó en el mundo de la música a los cinco años, recitando una historia en el álbum de su madre Season of Glass (1981). Tras seguir colaborando con Yoko durante su infancia y adolescencia, editó su primer disco en 1998, pero de un modo muy diferente al de su hermanastro Julian, prefiriendo el underground al estrellato, con una música personal que solo recuerda a la de su padre en ocasionales parecidos vocales.

John le dedicó la deliciosa Beautiful Boy del Double Fantasy: “Cierra los ojos, no tengas miedo. El monstruo se ha ido, ha huído, y tu papá está aquí. Hermoso niño. Antes de ir a dormir, di una pequeña oración. Cada día, en cualquier sentido, es mejor y mejor. Hermoso niño. Fuera, navegando en el océano, me cuesta esperar a que te hagas mayor, pero supongo que ambos debemos ser pacientes. (…). Antes de cruzar la calle, dame la mano. La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”.

Cuando George Harrison vivía en el mundo material

Publicado en 'Páginas Digital' (noviembre de 2011)

El 10 de octubre salió a la venta en DVD y Blu-Ray George Harrison: Living in the Material World, el biopic de Martin Scorsese sobre el beatle más deconocido y, a veces, el más interesante. Diez años después de la temprana muerte de Harrison, a los 58 años, por un cáncer de pulmón, el documental de Scorsese es una buena ocasión para redescubrir al autor de Something, Here Comes the Sun, While my Guitar Gently Weeps o My Sweet Lord.

La película, que había sido presentada en el Festival de Cine de San Sebastián el 19 de septiembre, abrió el 26 de octubre el In Edit de Barcelona, el festival de documentales musicales por excelencia. En medio, el 2 de octubre fue estrenada en Londres con la presencia de su director, la viuda de Harrison –la mexicana Olivia Arias–, Paul McCartney, Ringo Starr, la viuda de John Lennon –Yoko Ono– y el que fuera productor de los Beatles, George Martin.

Con George Harrison: Living in the Material World, tomado del título del segundo disco postbeatle del músico, editado en 1973, el oscarizado Scorsese (The Departed) regresa a uno de sus asuntos predilectos, el rock, sobre el que había rodado documentales como The Last Waltz (1978), la grabación del último concierto de The Band, el grupo que acompañaba a Dylan a finales de los años 60; No Direction Home: Bob Dylan (2005), sobre el propio genio de Minnesota, y Shine a Light (2008), la grabación de un directo de los Rolling Stones.

El director dijo a la BBC que solía hallar “consuelo” en las letras de Harrison “y una esperanza y una experiencia especial” cuando escuchaba su música. Para el realizador, el amor que sentía Harrison por la India transformó la cultura occidental: “George fue el que nos abrió la mente en este aspecto”.

Empapado de la cultura india, Harrison le dio un giro psicodélico al sonido de los Beatles con sitares y la composición de hipnóticos mantras como The inner light o Love you to. El guitarrista “buscaba la verdad y la paz mental”, como se dice en el documental, y en el camino elevó un poco más la genialidad de los Beatles.

“Legendario, silencioso, desconocido, visionario”. Así se describe a Harrison en el trailer del filme. La película muestra las facetas de Harrison como músico, productor, filántropo, espiritualista y, básicamente, un hombre que trató de hacer algo por el mundo.

Los 208 minutos de duración avisan del carácter espeleológico de un documental de manual: narración cronológica con imágenes de archivo y declaraciones de los protagonistas, entre los que se encuentra el propio Harrison, del que se recuperan varias entrevistas. No es un documental de autor, sino una cinta de realización más convencional en la que Scorsese aborda al mito desde muchos ángulos.

El director indicó que la colaboración de la viuda del músico hizo posible la realización de la cinta, al permitirle el acceso a los archivos fotográficos familiares, grabaciones de vídeos caseros y efectos personales del artista.

El documental incluye también entrevistas a Paul McCartney, Eric Clapton –el inseparable amigo de Harrison que le robó a su primera mujer, Pattie Boyd, a la que el beatle dedicó Something y Clapton Layla–John Lennon, Yoko Ono, Ringo Starr, Phil Spector –productor de los primeros discos en solitario del exbeatle–, Terry Gilliam –integrante de Monty Python, a los que Harrison produjo La vida de Brian– y Tom Petty –con el que el artista compartió grupo al final de su carrera, Traveling Wilburys, junto a Bob Dylan, Roy Orbison y Jeff Lynne.

Los Beatles y el cine

La relación de los Beatles con el cine se remonta ya a los tiempos de la banda y se prolongará después durante la carrera en solitario de los fab four. Los Beatles rodaron dos películas argumentales a las órdenes de Richard Lester: A Hard Day’s Night (1964), en blanco y negro, y Help (1965), en color. También protagonizaron el documental Let It Be (1970), dirigido por Michael Lindsay-Hogg, que muestra la desintegración del grupo durante la grabación del disco del mismo título, el último de los Beatles. Es aquí donde aparece el famoso concierto improvisado en la azotea de Apple.

A estas tres películas hay que sumar Yellow Submarine (1968), el filme animado que el canadiense George Dunning dirigió basándose en la canción de la banda, y The Magical Mistery Tour, la caótica película para televisión que ellos mismos dirigieron y protagonizaron.

Tras la separación del grupo, los cuatro beatles siguieron ligados al cine de una u otra manera, especialmente George Harrison como productor y Ringo Starr como actor. Paul McCartney compuso canciones para varias bandas sonoras y John Lennon filmó varios cortometrajes experimentales con Yoko Ono.

George Harrison creó la compañía Handmade Films, que en 1979 produjo La vida de Brian, la celebrada película de Monthy Python, a la que siguieron otros títulos como Mona Lisa, Time Bandits, Shanghai Surprise –la presentación cinematográfica de Madonna– y Withnail and I. En algunas de ellas, el músico llegó incluso a realizar cameos, como en Shanghai Surprise, donde interpreta al cantante de un club nocturno, y en La vida de Brian, caracterizado como Mr. Papadopolous. Quizá uno de los más memorables fue como reportero en la parodia de The Beatles The Rutles, creada por Eric Idle.

Paralelamente a la música, Ringo Starr ha desarrollado una dilatada carrera como actor, en la que destacan las películas Cavernícola (1981), en la que conoció a su segunda mujer, Bárbara Bach, y The Magic Christian (1969), estrenada en España como Si quieres ser millonario, no malgastes el tiempo trabajando, dirigida por Richar Attenborough y Joseph McGrath, en la que comparte reparto con Peter Sellers, Christopher Lee, Raquel Welch, el exMonthy Python John Cleese y el director Roman Polanski.

Paul McCartney ha compuesto canciones para muchas bandas sonoras de películas, incluida Live and Let Die (1973), la primera película de la serie de James Bond en que el personaje es interpretado por Roger Moore, para la que escribió el tema que le da título. En 1984 abordó su trabajó cinematográfico más ambicioso: Give my Regards to Broad Street, donde, además de compositor, fue guionista, productor e interprete. El filme contó también con la participación como actor de Ringo Starr.

John Lennon se estrenó en solitario como actor en Cómo gané la guerra (1964), de Richard Lester, una comedia anti-belicista rodada en Almería. Durante este rodaje, el músico recuperó la costumbre de vestir esas gafas redondas que se convertirían en su sello personal y que, por aquel entonces, tenían un significado más bien chungo: era el modelo que donaba la sanidad pública del Reino Unido a los miopes sin recursos.

Junto a Yoko Ono dirigió entre 1968 y 1972 una decena de cortometrajes experimentales con
títulos tan sugerentes como Erection. También rodó primitivos videoclips, en Súper 8 riguroso, para temas como How Do You Sleep?, el peor insulto que su examigo McCartney ha recibido jamás.

El exbeatle fue además el protagonista del documental Imagine: John Lennon (1988), un biopic que nos puede recordar, en cierto modo, al rodado por Scorsese sobre Harrison. Aunque en los créditos figuraba Andrew Stolt como director, muchos supieron ver que su fuerza impulsora era Yoko Ono. Alimentado por el metraje de archivo y la fotografía de Néstor Almendros, la película pasó sin pena ni gloria.

martes, 8 de noviembre de 2011

O ceo pode esperar (non si?)

Adaptación para teatro radiofónico dun relato en portugués co que gañei o Concurso de relatos do Departamento de Portugués da Escola de Idiomas de Vigo en 2005. Ía presentalo a un concurso de teatro radiofónico da Radio Galega, pero ao final se me pasou o prazo. Unha mágoa.


(Campás dobrando a morto).

NARRADOR: O Eduardo Duarte fora sempre un santo varón, mais santo ca varón, segundo se laiaba a súa dona. Por iso, cando morreu, a ninguén lle sorprendeu que fose directo ao Ceo. Eduardo chegou aló cunha maleta pequerrechiña, coma todos, porque hoxe en día, con esta crise económica que nos abafa, nin os reis son soterrados con tesouros. Cando pensaba que se perdera, porque levaba tempo a dar voltas sen dar saído do famoso túnel que percorren os mortos, de súpeto viu un home con un gran chaveiro cheo de chaves e pensou: “Ou é San Pedro ou é un sereno, mais como serenos xa non hai, ten que ser San Pedro”. E achegouse a el.

EDUARDO: É isto o Ceo?

SAN PEDRO: É.

EDUARDO: E vostede é San Pedro, non si?

SAN PEDRO: Son. E ti quen ves sendo? Que me queres?

EDUARDO: Son Eduardo Duarte e quero pasar. Acabo de morrer…

SAN PEDRO: Amodo, amigo. Tenho que ver se estás na lista.

EDUARDO: Que lista?

SAN PEDRO: Que lista ha ser! A lista! A lista dos alugueiros do Ceo! Como dixeches que te chamas?

EDUARDO: Eduardo, Eduardo Duarte.

SAN PEDRO: Eduardo Duarte... Déixame ver... Si, aquí estás. Amósame o teu carné de identidade, por favor.

EDUARDO: Como?

SAN PEDRO: O teu DNI, por favor.

EDUARDO: Non o teño. Soterráronme sen el…

SAN PEDRO: Será posíbel? Estou farto de lles dicir que vos soterren co DNI! Logo non hai xeito de saber se sodes quen dicides ser!

EDUARDO: Pregúntelle a Deus. El sabe todo. Coñece a todos. Tenme que coñecer...

SAN PEDRO: O que ten son cousas máis importantes que facer. Tedes que traer o DNI. Téñoo dito mil veces.

EDUARDO: Entón, paso ou non?

SAN PEDRO: Pasa, anda, pasa, pero que sexa a última vez.

EDUARDO: Non se preocupe, non coido que volva morrer.

NARRADOR: Eduardo entrou no ceo e de contado escoitou unha música que lle semellou agradábel. Axiña recoñeceu unha arpa (música de arpa).

EDUARDO: Daquela é certo que no Ceo hai música de arpa...

SAN PEDRO: Haina agora, dende que morreu Chico Marx. Deus sempre gozou moito coas súas tolerías e por iso permítelle tocar a arpa.

EDUARDO: E Groucho tamén está aquí?

SAN PEDRO: Si. O único Marx que non está é Carlos. Un non pode dicir que a relixión é o opio do pobo e pretender asemade que Deus lle reserve unha suite no seu reino.

EDUARDO: Claro, claro. Eu son de dereitas, eh?

NARRADOR: O Ceo era fabuloso, mesmo mellor do que Eduardo imaxinara: o fío musical de arpa (soa un arpa), as viaxes en anxo (soa un reactor), as paisaxes... E un podía falar con persoeiros coma Shakespeare, Leonardo ou Felipe II aínda sen saber idiomas, pois había un servizo de tradución simultánea moi bo. Eduardo utilizárao para falar con Beethoven, cuxas sinfonías adoraba (soa a Novena Sinfonía), mais a lendaria xordeira do famoso músico facía van calquera intento de diálogo con el. Beethoven non entendía como Deus escollera a Harpo para o fío musical do Ceo no canto de a el. “A xordeira volveuche agre e a min gústame a xente leda coma Harpo”, respostoulle Deus.

Ademais de supersónicos, os anxos eran moi simpáticos. Na Terra, Eduardo tratara co seu anxo da garda, que o salvara unha vez de morrer afogado, mais agora tiña a posibilidade de coñecer moitos outros e moi importantes, coma o arcanxo San Gabriel.

Si, todo era perfecto no Ceo. Todo menos unha cousa: a altura. O Ceo estaba alto, moi alto, mesmo alto de máis, e Eduardo tiña –sempre tivera– vertixe. Tanto que decidiu ir ver a Deus para lle pedir unha solución. Cando entrou no seu despacho, escoitou música rock e ficou abraiado (soa ‘Simpathy for the Devil’, dos Rolling Stones).

EDUARDO: Rock aquí, Señor?

DEUS: Si. Crías que ía ter a insufríbel música de Harpo? Unha cousa é que me faga rir, e por iso lle permita tocar a arpa, e outra que o tenha que aturar ata no meu curruncho. Eu adoro o rock. De feito, todos os grandes rockeiros que xa morreron están aquí: Elvis (soa ‘Jailhouse Rock’), Hendrix (soa ‘All over the Watchover’), Morrison (soa ‘Light my Fire’)...

EDUARDO: Lennon tamén?

DEUS: Non, Lennon non. Un non non pode dicir que os Beatles son máis famosos ca Xesucristo e pretender logo que lle reserve unha suite no meu reino.

EDUARDO: Por suposto, Señor. Lennon era un falabarato. E Harpo xa cansa un pouquiño. Onde estea un rockeiro que se saque calquera arpista. Sabe? Eu, de novo, levaba un peite no peto do pantalón, coma Elvis.

DEUS: Non me fagas as beiras, Eduardo. Que te trae por aquí?

EDUARDO: Un anxo (soa un reactor). Xa sabe que adoro as viaxes en anxo...

DEUS: Tampouco che fagas o gracioso. Que me queres?

EDUARDO: O Ceo é precioso, Señor, mais está moi alto, mesmo de máis, e eu teño vertixe, unha vertixe terríbel.

DEUS: E?

EDUARDO: Se cadra, podería pasar unha tempadiña no Purgatorio. Como está a medio camiño entre o Ceo e a Terra, cecais serviríame para me aclimatar a esta altura amodiño.

DEUS: Ti es tonto, Eduardo. Na terra, a forza de bo, xa mo parecías, mais agora fica claro. É como se Cristiano Ronaldo escollese xogar no Xefafe no canto de no Real Madrid.

NARRADOR: Deus permitiulle a Eduardo ir ao Purgatorio. Dúas semanas despois, Eduardo cría estar preparado para voltar ao Ceo, mais se atopou cunha situación inesperada: por primeira vez na súa historia, no Ceo había un serio problema de superpoboación e non collía un alma máis. Por iso, os últimos espíritos chegados dende o Purgatorio, incluido Eduardo, tiveron que volver aló temporalmente, ata que Deus atopase unha solución. Eduardo aburríase moito no Purgatorio porque non tiña nada que purgar, mais, como a ociosidade é a nai de todos os vicios, non tardou en comezar a pecar contra a meirande parte dos mandamentos, nomeadamente contra o sexto, ao que se afeccionou moito, se cadra, porque na terra sempre se reprimira neste senso.

RAPARIGA: Don Eduardo, está vostede a tocarme o cu?

EDUARDO: Non, meniña, no. Só estaba a comprobar se tes pel de laranxa ou de melocotón.

RAPARIGA: E que teño?

EDUARDO: O que tes é un cu que dá xenio tocalo.

NARRADOR: Deus engadiu ao Ceo unhas nubes acaroadas que ao principio desbotara por seren demasiado húmidas, e o problema de superpoboación solucionouse. As almas do Purgatorio voltaron, mais non Eduardo. San Pedro pechoulle o paso. “Xa non es digno de estar aquí”, dixolle mentres riscaba o seu nome da lista dos alugueiros do Ceo. Eduardo protestou e pediu falar con Deus, mais non foi escoitado. Estaba xa máis preto do Inferno que do Ceo.

E, efectivamente, non tardou en ser enviado ao Inferno. O demo, que o coñecía ben, atopouno ao carón da porta, sen se atrever a cruzar o limiar, coa súa maletiña e unha cara de medo que non podía agochar. Eduardo asomouse e viu que o Inferno era tal coma o imaxinara: caldeiras, burgas, saunas finlandesas, bater de dentes...

DEMO: Home, Eduardo, que te trae por aquí?

EDUARDO: Un elevador (soa un elevador).

Semellaba que Eduardo non perdera o seu senso do humor, mais en realidade estaba a facer un esforzo por non dar renda solta ao seu pánico. O demo non deixou pasar a oportunidade de facer leña da árbore caída.

DEMO: Ti que eras tan riquiño, tan beato, tan santurrón...

EDUARDO: Só estou de paso…

DEMO: De paso, si, mais vas dar uns pasiños tan pequerrechos, tan pequerrechos, que che vai levar unha eternidade percorrer isto.

NARRADOR: E hoxe, moito tempo despois, Eduardo continúa a percorrer un Inferno no que xa non sinte vertixe, mais si mareos e afogos, porque el –lémbrase agora– nunca puido aturar a calor. Mais quen se atreve a dicirlle ao demo que lle deixe pasar unha tempadiña no Purgatorio para se aclimatar á calor amodiño? El, dende logo, non. Ou si?

DEMO: Home, Eduardo, que te trae por aquí?

EDUARDO: Un anxo caído (soa un reactor). Xa sabe que adoro as viaxes en anxos caídos...

DEMO: Non che fagas o gracioso. Que me queres?

EDUARDO: O Inferno é precioso, mais vai moita calor, mesmo de máis, e afógome.

DEMO: E?

EDUARDO: Se cadra, podería pasar unha tempadiña no Purgatorio. Como está a medio camiño entre o Inferno e a Terra, cecais me serviría para me aclimatar a esta altura amodiño.

DEMO: Ah, Eduardo, quen dixo que ti eras tonto? Ti es listo de máis!!

Una historia sobre los concursos culturales de la televisión

–Muy buenas noches. Aquí comienza una nueva edición de nuestro concurso cultural Demuestre lo que sabe y gane. Hoy está con nosotros don Antonio Martínez, catedrático de Lengua Española en el Instituto Eduardo Duarte de Madrid. Don Antonio es un experto en toponimia; se sabe todos los topónimos de la provincia de Madrid. ¿No es así, don Antonio?

–Bueno, no tanto. Conozco muchos, pero uno nunca puede asegurar que los sepa todos.

– Enseguida saldremos de dudas, aunque sospecho que la modestia de don Antonio le impide ser tan categórico en este punto como probablemente podría. ¿Está preparado, don Antonio?

–Sí.

–Pues vamos allá. Primera pregunta: ¿cómo se llama el topo que vive en la madriguera que hay a mano derecha después de la rotonda de la carretera de Toledo, nada más salir de Madrid, a la altura del aeropuerto?

–¿Queeé?

–Sí, que cómo se llama el topo que vive allí.

–¿Qué topo?

–¡El topo! ¿Usted no es experto en topónimos? ¿No decía que sabía los nombres de todos los topos de la provincia?

–¿¡Qué dice!?

–¡Los topos, coño, los topos! Perdón, me he dejado llevar por la emoción del momento. ¿No sabe cómo se llama ese topo?

–¿Pero qué topo? Yo soy experto en topónimos, no en topos.

–¿Y no son los topónimos los nombres propios de los topos?

–¡No! ¡Son los nombres propios de lugar!

–¡Ya me parecía a mí que usted no podía saber tanto! ¡Yo conozco los nombres de los perros de mi vecindario, pero de ahí a saber los nombres de todos los topos de la provincia, con los que, a diferencia de los perros, uno no suele intercambiar ninguna palabra más allá de darles los buenos días, va un abismo!

domingo, 6 de noviembre de 2011

El peine

Hay gente que por negligencia o desidia no sabe lo que vale un peine. Un peine vale 1 euro y 35 céntimos. Es lo que me ha costado éste en 'El Corte Inglés'. Sí, sería más lógico que en 'El Corte Inglés' vendieran tijeras, por lo de “el corte”, o llaves inglesas, por lo de “inglés”, pero...

Para que un peine peine, hacen falta dos cosas: que el peine tenga púas y que la persona que lo use tenga pelo. El peine no es la única cosa que tiene púas. Los puercoespines también las tienen, pero van siempre despeinados porque son unos puercos.

El peine no es lo único que peina. La policía también peina: peina manzanas cuando está a la busca y captura de algún malhechor. Hay que ser tonto para peinar una manzana en vez de comérsela, pero en realidad lo que hacen es peinarla primero y comérsela después. ¿No hay quien lava la manzana antes de comérsela? Pues la policía va más allá: la lava, la peina, le pone colonia y se la come.

Otros que peinan sin peine son los futbolistas: peinan el balón, y lo hacen sin un peine, sin las manos e incluso sin los pies; lo peinan con la cabeza.

El balón no tiene pelo, por eso no usan un peine para peinarlo. El balón puede llegar a tener pelo, pero entonces no se llama balón, sino coco. Para peinar un coco hace falta valor, si es un coco de los que comen. Los cocos pueden comer o ser comidos: los primeros se comen a los niños que comen poco; los segundos nacen en los cocoteros. Comerse a los niños que comen poco es una estupidez, además de incongruente con lo que pasa en los cuentos infantiles: la bruja de Hansel y Gretel lo que hacía era comerse a los niños que comían mucho: es decir, cebarlos antes de comérselos, lo cual es mucho más lógico.

Una de las cosas más comunes que pueden encontrarse en un peine, aparte de caspa y piojos, son pelos. También pueden encontrarse ideas, pero es muy raro, y además quiere decir que la persona en cuestión se ha peinado con tanta fuerza que se ha reventado el cerebro, perdiendo masa encefálica. Es lo que se llama la fuga de cerebros.

Cuando uno encuentra pelos en el peine es porque padece lo que se llama la caída del cabello, que no debe confundirse con la caída del caballo. La caída del cabello puede ser más dolorosa que la del caballo. La del caballo puede provocarte la rotura de varias costillas, pero la del cabello puede hacer que no quieras comer costillas durante mucho tiempo. Es lo que se llama una depresión de caballo.

Ser calvo tiene desventajas, pero también ventajas. Lo malo es que no puedes soltarte el pelo, ni echar una canita al aire, ni contar las cosas con pelos y señales. Lo bueno es que no pueden tomarte el pelo ni se te puede caer el pelo por muchas burradas que hagas y que no tienes un pelo de tonto.

En cien años todos estaremos calvos, menos Matusalén, que, si hemos de creer que vivió mil años, a los cien aún era un niño. Claro que a lo mejor estaba calvo porque era un niño de pecho. Y no precisamente de pelo en pecho.

Lo dicho: un peine vale 1 euro y 35 céntimos, aunque algunos no tienen precio, porque, para peines peines, el Peine de los Vientos de San Sebastián, el de Chillida. Un peine que peina al viento, el gran despeinador, ése sí que es un auténtico peine.

Diálogo de un clown y un bufón

A representar por un único actor, sentado en el suelo sobre una manta doblada y caracterizado con una nariz de clown cuando hace de clown y con un gorro de bufón cuando hace de bufón. Cada vez que cambia de personaje, baja la cabeza y sustituye la nariz por el gorro y viceversa, y vuelve a levantar la cabeza.

CLOWN: (Después de mirar al bufón con curiosidad) ¡Qué gorro tan bonito!

BUFÓN: (Con un tono de superioridad que mantendrá, con matices, durante todo el diálogo) Te parece bonito, ¿eh? ¡Es bonito! ¡Todo yo soy bonito! Soy un bufón precioso. ¿Creías que todos los bufones éramos contrahechos, clown? (dice clown enfatizándolo, como con desprecio).

C: ¿Por qué dices clown así?

B: ¿Cómo es así?

C: (Con vergüenza, mirando al suelo) Pues así, como despreciándome.

B: Yo no te desprecio. Te desprecian los demás. (Advierte que sus palabras han entristecido al clown e intenta quitar hierro al asunto) Bueno, en realidad no te desprecian.

C: Se ríen de mí.

B: No se ríen de ti. Se ríen contigo, que es distinto.

C: Pero si yo no me río... ¿Cómo pueden reírse conmigo si yo no me río?

B: Eres más inteligente de lo que pareces, clown. ¿Sabes una cosa? ¡Qué importa si se ríen de ti o se ríen contigo! El que se rían de ti no dice mucho de ellos; por lo tanto, tampoco dice tan poco de ti.

C: Pero de ti no se ríen...

B: Se ríen, se ríen. Pero yo me río de ellos más.

C: Yo también quiero reírme de ellos. Enséñame a ser un bufón...

B: Eso es imposible. No te puedo enseñar a ser un bufón, porque tú no eres un bufón, sino un clown. El gorrión no enseña a volar al ratón, sino a la cría de gorrión. Tú tienes que ser el mejor clown posible. Y ni eso. Tienes que ser tu propio clown, el clown que eres, el que llevas dentro. Serlo totalmente, completamente, de verdad. (Con ternura) Anda, pruébate mi gorro.

C: (Lo mira alucinado mientras se lo pone) ¿Parezco un bufón?

B: Pareces un clown con un gorro de bufón. Anda, devuélvemelo y déjame también tu nariz. (Después de ponerse el gorro y la nariz) ¿Qué parezco yo?

C: Pareces un bufón con una nariz de clown.

B: (Se toca la nariz) ¿Sabes? No estoy tan seguro. (Se quita el gorro) ¿Parezco un bufón con una nariz de clown y sin un gorro de bufón? (Se quita la nariz) ¿Parezco un bufón sin un gorro de bufón y sin una nariz de clown? (Se pone la nariz) Creo que todos tenemos algo de clown (se pone también el gorro) y algo de bufón. Ya verás. (Le da el gorro) Ponte el gorro y llámame clown. Así, clown, como te llamo yo.

C: (Se pone el gorro) Clown. ¿No? Clown. ¿No? ¡Clown! ¡Clown! ¡¡Clown! (finalmente ha conseguido decirlo como el bufón. Se sonríe y lo repite feliz) ¡¡Clown!! ¡¡Clown!!

B: Quítate el gorro y mírame. (Se quita la nariz) ¿Somos tan distintos ahora? ¿Podrías decir quién es el clown y quién es el bufón? No, no podrías. Y yo tampoco. Nadie podría.


Texto para un ejercicio práctico de la escuela de teatro 'Espazo Aberto' (Santiago de Compostela, 1998)

sábado, 5 de noviembre de 2011

Contra los libros

¿Se han fijado en lo bien que arden los libros? ¡Ah, aquella Inquisición que los quemaba! ¡Ah, aquella Inquisición que quemaba también a los que los escribían!

Detesto los libros. Los de texto... y los otros. Los detesto todos. Claro que detesto más a los que los leen, sobre todo a los que se jactan de hacerlo. Sí, porque hay quien lee libros muy a su pesar, a escondidas, en el baño. No me gustan, por supuesto, pero me compadezco de ellos: son adictos, enfermos. Pero luego está el que se jacta de leer libros, el que presume, el que se exhibe: ese que lee en el metro, en un café o en un parque, que te restriega que está leyendo, que compra dos libros al mes, que va por la calle con uno bajo del brazo, que frecuenta las bibliotecas (esos lugares de perdición), que tiene en su casa una librería (ese mueble diabólico), que se empeña, en fin, en romper la estadística que dice que en España no lee nadie.

Decía Borges que se imaginaba el Cielo como una gran biblioteca. ¡El Infierno sería! Qué degenerado el viejo…

Para mí un bibliotecario es un delincuente; un editor, un criminal; y un escritor, un reo de muerte. ¿Y qué me dicen del vendedor de libros? El que te intenta vender los 50 tomos de la Enciclopedia Británica es un terrorista. Es como querer poner 50 kilos de goma 2. Y luego hablan del narcotráfico, Pues anda que el librotráfico...

Ahora, si hay un mal nacido, y que su madre me perdone, ese es Gütemberg. ¡Menudo invento el de la imprenta! Antes, los libros estaban todos en los monasterios, verdaderas casas de lenocidio, pero con la imprenta empezaron a aparecer por todas partes. Y lo que es peor, con una letra legible, que cualquiera podía entender. No como los incunables, que estaban escritos a mano y no los entendía nadie. Gütemberg no fue un criminal; fue un genocida.

¿Y Braile? ¿Qué me dicen de Braile? No tenía respeto ni por los ciegos. Los puso a leer a todos.

Del que no tengo queja es de Cervantes. Fue malinterpretado. Él no era un criminal. Todo lo contrario; escribió El Quijote para denunciar el crimen, para advertir contra los libros de Caballería y, por extensión, contra todos los libros. Sin embargo, la gente consideró que había intentado escribir un gran libro y hoy lo tienen como un pope de las letras, una especie de santo de la literatura. No conservan su brazo incorrupto, como el de Santa Teresa, porque era manco, que si no...

He visto a mi alrededor a personas destruirse por leer libros. Les revienta la cabeza. Se desmayan de puro aburrimiento. Empiezan a decir cosas raras. Les cambia el vocabulario. Algunos hasta hablan en otros idiomas, como los endemoniados. Leer libros da, cuanto menos, dolor de cabeza. Y no es el primero al que le ha dado un derrame cerebral. Y no digamos lo de perder la vista. Todos los que leen llevan gafas o lentillas. Antes, cuando no existían las lentillas y todos llevaban gafas, era fácil identificar a los lectores y mantenerlos lejos de nuestros hijos. Pero ahora, como te descuides, se te mete uno en casa, enamora a tu hija y hace de ella una lectora. Y de tu nieto, otro.

Dicen que si dejas un libro a un amigo, te arriesgas a perder el libro y al amigo. ¡Benditas pérdidas! El amigo que te deja un libro no es un amigo; es un enemigo, un amigo de esos que te hacen exclamar: "¡Con amigos como estos para qué quiero enemigos!". Y si pierdes el libro, matas dos pájaros de un tiro: te deshaces de ese maldito libro y, de paso, de ese falso amigo.

Que vuelva la Inquisición, por favor. O el libro electrónico. Por lo menos, siempre podremos jugar a los marcianitos en vez de leer. ¡Ah, las ciencias avanzan que es una barbaridad!

Monólogo interpretado en el pub 'Lenda Moura' de Vigo en 2004

Lembranzas de infancia e mocidade

O nacemento

Cando nacín, preguntei polo prestixio da clínica e do xinecólogo. Vin cun pan debaixo do brazo e inquerín: "¿Que fago con isto? ¿Ráioo ou preparo uns bocadillos?''. "Imos cos bocatas'", escoitei. Foi o meu primeiro picnic. Pariume meu pai. Compartía con miña nai tódalas tarefas domésticas e, ademais, facía a ximnasia prenatal mellor ca ela. O médico díxolle a mamá: ``Señora, non se ofenda, pero coido que o seu home fará un traballo mellor''. Ao verme, meu pai exclamou: "É un neno!'' e miña nai espetoulle: "Que querías, que nacese xa vello?''.

Un neno baixiño

Na casa non me agardaban, sobre todo para xantar. Cando se repuxo do parto, papá dixo: "Non podemos alimentar outra boca''. E dábanme de comer por vía intravenosa. Este particular xeito de dixerir fixo de min un neno gordiño, pero moi baixo, tanto que meus pais se puxeron nerviosos. Tentarono todo para que dese un estirón: ameazáronme ("como non medres, vouche pór só soro fisiolóxico", bramaba meu pai), probaron a subornarme ("os martes déixote comer medio chourizo'', prometíame miña nai), pero nada deu resultado. Finalmente, colocáronme nun circo ao que lle medraban os ananos, pero nin por esas. Un filósofo amigo de papá propúxolles que puxesen os medios para que medrase por dentro na esperanza de que ese medramento interior revertese noutro externo. Tíñanme todo o día pechado no meu cuarto lendo filosofía, escoitando música clásica e rezando. Efectivamente, medrei por dentro (terían que ver os meus intestinos), pero por fóra nada.

Na escola

Na escola, os compañeiros metíanse comigo. O mellor que me chamaban era "tapón". "Son fillo único da túa nai'', dicíame un, ignorante de que me parira meu pai. Facíanme a vida imposible, tanto que eu musitaba: "Que morro porque non morro''. E confundíanme con Santa Teresa de Xesús. Menos mal que había un sensato, que explicaba: "Que non é a santa. Non vedes que non ten o brazo incorrupto?''.

Na casa

Na casa, as cousas eran distintas. Con meus pais tiña unha boa relación. Papá deume un gran exemplo. Nunca o vin fumar. Nunca o vin beber. Nunca o vin cunha muller que non fose miña nai. Nunca o vin... Nunca o vin. Esa é a verdade. Mamá nunca fixo nada do que eu puidese avergoarme. En realidade, nunca fixo nada. Nin sequera me pariu. Xa o dixen. Meus irmáns queríanme con loucura. Esnaquizábanme os xoguetes, si, pero os que menos me gustaban e máis baratos eran. Pegábanme, si, pero onde non doe e sempre coa man aberta. Dábanme unha malleira, en fin, pero tendo coidado de non matarme. Claro que eu era un neno modelo. Desfilaba polo corredor con roupa de Verino.

Na Universidade

Ao pouco de ingresar na Universidade, conseguín entrar no equipo de fútbol da Facultade. Soñaba con ser o capitán, pero tiven que conformarme con ser a mascota. Gañamos tres ligas. As vitorias chegaron, en boa medida, grazas ao meu concurso: farteime a ladrar dende o banco.

O amor (ah, o amor!)

Na Universidade namoreime dunha rapaza que non me facía ningún caso. Non se me ocorreu outra cousa que ameazala: "Ando tolo por ti e ignórasme por completo. Terei que tomar medidas'', advertinlle. "Non te molestes: 90-60-90'', replicou. Decidín entón facerme o encontradizo con tan mala fortuna que sempre chocabamos. Á sétima vez, a situación virou insostible, non porque ela se mosquease, senón porque eu tiña rotos un brazo, unha perna e tres costelas. Así as cousas, optei, coa axuda de dúas muletas, por dar un rodeo e interrogar unha amiga súa. "Algunha vez falará de min, aínda que sexa mal'', deixei caer tentando non caer eu. "Non, limítase a facer budú cunha fotografía túa'', respostou.


No barrio coñecín outra femia que me facía tolón. Si, tolón, non tilín; era unha vaca. Despois dese arrebato de zoofilia, perdín a cabeza por unha monxa, o que me produciu numerosos conflitos písquicos, non porque ela fose unha muller consagrada a Deus, senón porque me facía chamarlle "nai'' e eu sentíame presa do conflito de Edipo. Menos mal que non me facía chamarlle "nai superiora", porque senón tivera tamén conflito de inferioridade.


Máis tarde tiven unha moza que se chamaba Adelita. Bo, chamábase Adela, pero eu chamáballe Adelita porque era miúda e tíñalle un grande agarimo. Saiamos por aí e eu preguntáballe: "Que queres que fagamos? Queres que vaiamos ao cine?''. "Non'', respondía ela. E eu: "Queres que tomemos un xeado?''. E ela: "Non''. E eu: "Queres que...?''. E ela: "Non''. E eu veña preguntar. E ela veña dicir que non. Ata que, claro, cansaba de tantas preguntas e partíame a cara. E o corazón.

Relato presentado al concurso de relatos humorísticos del Museo de Humor de Fene en 1997

Lá porque tens cinco pedras

Cá estou, no cárcere, a pagar a minha culpa, mas não me arrependo de nada, o que fiz esteve bem. Tinha de o fazer, sem dúvida tinha de o fazer. Qualquer homem no meu lugar tivesse feito o mesmo, qualquer homem menos ele, que não era homem, nem cantor, nem fadista, nem coisa nenhuma. Por isso o matei.

Eu era (eu sou, quero dizer) o melhor cantor de fado de Lisboa, o melhor e o mais famoso. A própria Amália nomeara-me o seu sucessor quando cantávamos juntos na 'Taverna do Embuçado'. Sim, também estava o Carlos do Carmo, mas não tinha nem o meu talento nem o meu sucesso. Posso ter matado um homem, mas nunca minto, nem sequer exagero. O rei das noites de Lisboa era eu, e o meu palácio, o 'Senhor Vinho', que converti no clube mais famoso da cidade, na catedral do fado. Eu, o Fernando Parreira, era o fado. Até o Carlos do Carmo vinha incógnito a ouvir-me cantar. E ficava extasiado. Não minto. Posso ter matado um home, mas nunca minto, nem sequer exagero. Todos ficavam extasiados.

Então chegou ele. Vinha apenas para me acompanhar nas noites do 'Senhor Vinho', para aprender ao lado de um mestre, de um mito como eu. Era jovem de mais, quase um puto. Não cantava mal, mas como ele havia dúzias de cantores nas noites de Lisboa. Para cantar o fado é preciso ter vivido. Um puto não pode cantar bem o fado e muito menos fazer sombra ao grande Fernando Parreira! Mas o Ricardinho Ribeiro (esse era o seu nome) parecia não o querer perceber.

O pior de tudo é que, como era jovem e as mulheres o achavam bonito, conseguiu logo um monte de admiradoras que vinham todas as noites só para o ouvir cantar e, mal abria a boca, gritavam-lhe: “Bonitão!”. Ao bom cantor de fados grita-se-lhe apenas: “Fadista!”. Claro que o Ricardinho nem era bom cantor, nem fadista, nem coisa nenhuma. Aquilo era terrível. Pareciam um rebanho de fãs do último ídolo juvenil pop, um desses que mexe os quadrís e a sua linda cabeleira para esconder que não sabe cantar. Como consequência de tudo isto, a socialite deixou de vir ao 'Senhor Vinho' e foi substituída por uma malta de garotas que tinham muito mau gosto e não entendiam nada de fado.

A última noite em que o Ricardinho actuou no 'Senhor Vinho', começou a cantar Anjo inútil (“isso é o que tu és”, achei) e continuou com As rosas do meu caminho (“espinhos poria eu”, pensei). Não sei porque te foste embora foi a sua seguinte canção e eu disse por baixo: “Tomara te fosses tu embora e para sempre”. Logo que começou a cantar Disse mal de ti, quase me parto a rir: “Eu é que disse mal de ti. Disse, digo e direi”, achei. A seguir cantou Quando os outros te batem, beijo-te eu e não pude evitar mudar a letra e cantar por baixo: “Quando os outros te beijam, bato-te eu”. “Uma e mil vezes te batia”, pensei.

Assim que o Ricardinho terminou a sua actuação, aproximei-me dele e disse-lhe: “Quero falar contigo agora”. Incomodou-se um bocado porque estava a engatar com uma rapariga meio imbecil, mas, como ninguém contradiz o Fernando Parreira, assentiu. Levei-o fora, para um beco escuro que havia atrás do clube, e gritei-lhe: “O que é que andas a fazer? Em que estás a converter o 'Senhor Vinho'? Não tens respeito por nada?”. “O que acontece é que estás com ciúmes, porque eu sou mais jovem, mais bonito e ainda por cima melhor cantor do que tu”, respondeu-me. Eu já estava fora de mim: “Ninguém canta melhor do que o Fernando Parreira! Ninguém! Nem o Carlos do Carmo, nem o Fernando Maurício, nem com certeza um puto como tu”. “Tens ciúmes e soberba”, disse ele, e começou a cantar: “Lá porque tens cinco pedras / num anel de estimação, / lá porque tens cinco pedras / num anel de estimação, / agora falas comigo com cinco pedras na mão”. “Ainda não, mas aguarda um bocadinho”, disse-lhe. E peguei numa pedra da rua e bati-lhe com ela uma, duas, três, quatro e até cinco vezes. O Ricardinho caiu ao chão com a face cheia de sangue e sem sentidos. “Se o fado é a maneira de tirar as feridas fora, como dicia a Amália, eu já tas tirei todas”, gritei-lhe.

Quando voltei a entrar no 'Senhor Vinho', soava o Fado do ciúme no gira-discos do clube, como a querer dar a razão ao Ricardinho, e gritei: “Era ele quem estava com ciúmes de mim! Era ele!”. Toda a gente olhou para mim sem compreender. Uns minutos depois, encontraram o Ricardinho morto no beco e a seguir eu fui detido, porque todos me viram sair do 'Senhor Vinho' com ele e voltar sozinho, e além disso tinha a camisola manchada de sangue.

Cá, no cárcere, canto fado quando quero e todos me gritam: “Fadista!”.

Relato ganador del concurso de relatos del Departamento de Portugués de la Escuela de Idiomas de Vigo en 2006

De lo que le aconteció a Don Quijote cuando cenó con la sin par Dulcinea

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme, pero no puedo, porque Cervantes no lo menciona en la novela, Don Quijote pedía consejo a su fiel escudero Sancho.

–Sancho amigo, ¿cómo puedo enamorar a la sin par Dulcinea? ¿Con flores? ¿Con bombones?

–No, mi señor Don Quijote. Las flores se marchitan y los bombones se derriten. Vuestra merced debería invitarla a cenar.

–¿A cenar? ¿En una venta?

–Déjese de ventas, mi señor.

–¿En un burguer? ¿En un chino? ¿En un italiano, acaso?

–Quite, quite. Todo eso es muy vulgar. Vuestra merced debería llevarla a un restaurante de esos que llaman de la nueva cocina. Un restaurante chic, cool, hasta un poquito snob, si quiere.

–Háblame en cristiano, Sancho.

–Se lo diré en francés, mi señor. Vuestra merced debe de ser de francés, claro. Vuestra merced debió de estudiar el bachillerato antiguo. Un restaurante de la nouvelle cuisine.

–¡Pardiez, Sancho! Dímelo en castellano, a ser posible del siglo XVI.

–Un restaurante elegante, romántico, íntimo.

–Pero en esos restaurantes no se come nada; las raciones son muy pequeñas.

–A las mujeres no se las conquista por el estómago. Eso pasa con los hombres. A las mujeres se las conquista por la puesta en escena. Se lo diré en francés, para que me entienda, que usted es anterior a la EGB: la mise en scène. Y para eso qué mejor que uno de esos restaurantes donde hasta el más mínimo detalle está cuidado: la mantelería, la cubertería, la vajilla, la presentación de los platos... Es una cosa sin par, como la sin par Dulcinea.

–Pero esos restaurantes son muy caros y yo no me los puedo permitir. Soy hidalgo, pero no precisamente en buena posición económica.

–Vuestra merced podría vender su biblioteca.

–¿Mi biblioteca? Sancho hermano, mis libros de caballerías son...

–Sagrados, lo sé, pero ¿no vale más una dama que un libro de caballerías, que todos los libros de caballerías juntos?

–Sí, pero me va a doler como una lanzada en el corazón.

–Si, total, se los va a acabar quemando el cura...

–Tienes razón. ¿Conoces a algún trapero, alguna librería de viejo?

–¿Qué trapero ni qué librería de viejo? ¿Quiere venderla por cuatro perras? Véndasela a la Biblioteca Nacional. O a alguna fundación privada, extranjera mejor, que suelen pagar más. A la Thyssen-Bornemisza, por ejemplo.

Don Quijote vendió su biblioteca y, montado en su caballo Rocinante, fue a buscar a la sin par Dulcinea para invitarla a cenar.

–Mi señora Dulcinea, suba al caballo.

–¿Cómo que suba al caballo, Don Quijote? Vuestra merced sobrevalora mi estatura. Como no me ponga una escalera...

–¿Una escalera? ¿Quién me presta una escalera? (Se oye a Joan Manuel Serrat interpretando la Saeta: “¿Quién me presta una escalera para subir al madero?”).

Del cielo llovió una escalera y Dulcinea se montó en el caballo detrás de su pretendiente. En el restaurante, una vez sentados a la mesa, el camarero se acercó con la carta.

–La carta, señores. Me permito recomendarles “pato a la Tolouse con Blueberry Muffins”.

–¡En castellano, amigo, a ser posible del siglo XVI!

–¿Perdón?

–¿No hay olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes o algún palomino los domingos?

–Sí, pero hoy es jueves y la noche es de las menos. Y la olla se ha terminado.

A los postres, Don Quijote se armó de valor y habló así a la sin par Dulcinea:

–Mi señora Dulcinea, tengo que confersarle una cosa muy importante; algo que me quita el sueño, el apetito y hasta la razón. La adoro, adoro a vuestra merced.

Dulcinea no dijo nada y sólo ante la insistencia de Don Quijote apuntó:

–Mi señor don Quijote comprenderá que una mujer decente no puede decir sí a las primeras de cambio. Ni siquiera no, porque es sabido que cuando una mujer dice no quiere decir sí y cuando dice sí quiere decir quizá.

Dulcinea no volvió a abrir la boca (salvo para comer) hasta un momento antes de que abandonasen el restaurante:

–Mi señor Don Quijote, yo también quiero hacerle una confesión. Vuestra merced me llama siempre la sin par Dulcinea, pero no soy tal, no soy la sin par.

–¿Cómo que no es la sin par?

–Que sí que tengo par.

–Un par tengo yo y lo he demostrado en muchos entuertos que he desfecho, pero ahora no viene al caso. ¿Qué es eso que me quiere decir?

–Que tengo un par, que tengo una hermana gemela, para ser más exacta.

–¿Una hermana gemela?

–Sí. Y, lo que es más grave, vuestra merced la conoce, porque muchas veces que ha creído verme a mí a quien realmente ha visto ha sido a ella. De manera que yo no sé si vuestra merced está enamorado de mí o de mi hermana. O de las dos. Y vuestra merced tampoco.

A la mañana siguiente, Don Quijote lamentaba su suerte ante su fiel escudero.

–Sancho amigo, ¡qué desgraciado soy! No sé si estoy enamorado de la sin par Dulcinea (bueno, de “la con par” ahora) o de su par.

–Mi señor Don Quijote, ¿no bebería vuestra merced vino de más en la cena?

–(Enfadado) Sancho, no me toques el par.

–Ya sabe vuestra merced que cuando uno bebe demasiado, a veces ve doble. A lo mejor bebió mucho, vio dos Dulcineas y pensó que una de ellas era su hermana gemela.

–¡Basta!

–¿Y si montan un trío?

–Nunca seríamos tan famosos como Los Panchos o Las Supremes.

–Hablo de sexo.

–Yo también. Tendrías que haber visto a Las Supremes en la cama. Y a Los Panchos.

–¿Y si montamos un cuarteto?

–Imposible. La nobleza no puede mezclarse con el pueblo llano.

–¿Dos parejas, tal vez? Elija vuestra merced a la que más rabia le dé y yo me quedo con la otra.

–Te he dicho que la nobleza no puede mezclarse con el pueblo llano.

–Bueno, llano, lo que se dice llano, no soy. Mire qué panza.

–Miro, pero no.

–Pues no sé qué más decir.

–Di un refrán, que es lo tuyo.

–Con la Iglesia hemos dado.

–Eso no es un refrán y además lo digo yo.

Y en estas y otras reflexiones pasaban los días y aun las noches el valeroso caballero y su fiel escudero. Ya no se trataba sólo de cómo enamorar a una dama, sino también, y fundamentalmente, de a quién enamorar, porque, como es sabido, no se puede amar a dos mujeres a la vez (se oye a Antonio Machín cantando Corazón loco: “Yo no puedo comprender cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco”).


Relato presentado al Concurso de relatos sobre El Quijote del programa 'El Ojo Crítico' de 'RNE', marzo de de 2005

Compasión y caridad. ¿Quién dijo lástima y limosna?

Las palabras más excelsas –las que designan los más elevados conceptos, como libertad, igualdad o justicia– son maltratadas continuamente. Manipuladas, tergiversadas, prostituidas y vaciadas de contenido, pasan a significar nada o, peor aún, lo contrario de lo que significaban. Son los casos de compasión y caridad, que han devenido en lástima y limosna, respectivamente, cuando se referían a cosas muy diferentes: padecer con, ponerse en lugar del otro, empatía (la primera) y justicia, amor (la segunda). La compasión y la caridad se revelan, al fin, un mismo asunto: solidaridad, fraternidad, amor. Por eso, lejos de ser despreciadas, como lo son hoy, deberían convertirse en los pilares de cualquier moral para el siglo XXI.

“No soporto que me compadezcan”

Por compasión se entiende lástima y sólo lástima, hasta el punto de que el diccionario de la Real Academia Española no le reconoce más significado que el de “sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias”. El mismo sentido da a la expresión “por compasión”: “Úsase para pedir clemencia, comprensión o benevolencia”. La compasión ha quedado reducida a lástima, clemencia o benevolencia. Así, no resulta extraño oír en boca de muchos: “No soporto que me compadezcan”, cuando, por el contrario, deberíamos agradecer que nos compadecieran y compadecer a todos.

“Padecer con”, no “padecer por”

Compasión viene de compadecer. Y compadecer no significa otra cosa que “padecer con”, no sólo “padecer por”. “Padecer por” nos remite al paternalismo y a aquella máxima del despotismo ilustrado, que ciertamente era un régimen paternalista: “Todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. “Padecer por”, en vez de “padecer con”, nos lleva también a la mortificación entendida como autoflagelación: cilicios, latigazos, duchas de agua fría, ayunos, dormir en el suelo... “Amor quiero y no sacrificios” (Mateo, 12, 7), dice Dios en la Biblia.“Padecer con” es reír con quienes ríen y llorar con quienes lloran, como exhortaba Jesús. Un Jesús que, más que “padecer por”, “padeció con”. El Jesús de la teología pudo morir por los pecados de la humanidad, pero el Jesús de la historia murió porque lo mataron las autoridades políticas y religiosas de su tiempo. Y lo mataron porque no podían tolerar que padeciera con los pobres, los enfermos, los marginados, los apestados. Porque no podían tolerar que las desenmascarara, poniendo al descubierto su identidad de “sepulcros blanqueados”, de “raza de víboras”.

Reír con los que ríen y llorar con los que lloran es ponerse en el lugar del otro, identificarse con él, participar de sus emociones, ser empático. “Ponernos en el lugar del otro es lo único que nos hace mejores”, ha dicho alguien. La compasión incluye la empatía, pero va más allá. El hombre empático no sólo comparte la realidad emocional de su prójmo, sino también la fáctica. No vive por, sino con y, por lo tanto, pasa frío junto al que tiene frío. No sólo en su mente, sino también y sobre todo en su carne aterida.

Pero ¿de dónde nace esta empatía? ¿Por qué vamos a ponernos en el lugar del otro? Los budistas lo han explicado muy bien. La compasión no surge de un sentimiento emocional, sino del razonamiento, de la constatación de que todos los seres humanos somos iguales. “Todos deseamos felicidad y todos queremos evitar el sufrimiento. Además, todos tenemos el mismo derecho a ser felices. Cuando reconocemos que todos los seres son iguales tanto en su deseo de obtener la felicidad como en su derecho a obtenerla, automáticamente sentimos simpatía y cercanía hacia ellos”, dice el Dalai Lama. “Nada humano me es ajeno”, escribió el romano Terencio. Y Pablo Neruda sentenció: “Tú sabes que soy no sólo un hombre, sino todos los hombres”. El problema aparece cuando algunos pretenden ser más iguales que otros, como denunciaba George Orwell en Rebelión en la granja. Pero si reconocemos esa igualdad radical, si nos miramos en el otro como en un espejo, no nos quedará más remedio que ser empáticos y, “así, al ir acostumbrando nuestra mente a este sentido de altruismo universal, desarrollaremos un sentimiento de responsabilidad hacia los demás: el deseo de ayudarles a superar sus problemas”, continúa el Dalai Lama. “Éste no es un deseo selectivo, se aplica por igual a todos. Mientras sean seres humanos experimentando placer y dolor, lo mismo que tú, no hay base lógica para discriminar entre ellos o para alterar nuestra preocupación por ellos si se comportan negativamente”. Bakunin lo dijo a su modo libertario: “Sólo soy verdaderamente libre cuando todos los hombres que me rodean son igualmente libres”. La compasión nos lleva, en definitiva, a la solidaridad, la fraternidad, el amor.

“La caridad del hueso que se tira al perro”

Con la caridad pasa lo mismo que con la compasión. Entendida como limosna, como beneficencia, tiene más que mala prensa. Pero la caridad no tiene nada que ver con “ese donativo desdeñoso que se deja caer de arriba abajo y que, si ofende al que lo recibe, deshonra ciertamente a quien lo da”, como denunciaba Raoul Follerau, el poeta francés que dedicó su vida a los leprosos. Como decía él, “esa limosna es el fantasma, la caricatura de la caridad”. “¿Habéis pretendido hacer caridad?”, preguntaba. “De hecho, sólo intentábais desembarazaros de los pobres. ¿Es eso caridad? La caridad del hueso que se tira al perro”.

Desgraciadamente, la RAE también se hace eco de esta malinterpretación: “Limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados”, dice su diccionario. Menos mal que, en este caso, los académicos de la lengua recogen también el verdadero sentido de caridad, y por dos veces. Por un lado, dicen: “En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos”. Y por otro: “Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”.

“Una justicia que se abre al amor”

Caridad es el nombre del amor cristiano, que, según Jesús, se diferencia del pagano en que lo da todo (hasta la vida: “No hay mayor amor que el de aquel que da su vida por los demás”) y a todos (también al enemigo: “Si amáis a los que os aman, qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes los aman”). Un amor que, en palabras de San Pablo, es “paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta”. Un amor, insiste el apóstol, que consiste en “padecer con” más que en “padecer por”: “Aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”.

Un amor que, en primer lugar, hace justicia. La caridad es amor, pero también justicia, “una justicia que se abre al amor”, como decía Hélder Cámara, el revolucionario obispo brasileño: “Una caridad sin justicia no se puede llamar caridad, y una justicia que no se abre al amor no es completa”. Hoy, la justicia y el amor no se pueden disociar: “Compartir es hacer justicia”; “ser justo es comprometerse”, decían sendos eslóganes de Cáritas. ¿Y qué cosa si no amar es compartir y comprometerse? La caridad viene a poner de manifiesto las limitaciones de la justicia. Miguel Delibes, el genial novelista español, lo expresaba muy bien en Cinco horas con Mario: “Hoy la caridad reside en secundar las demandas de justicia de los desheredados; taparles la boca con una tableta de chocolate y una bufanda puede incluso ser un ardid [una forma de “intentar desembarazarse de los pobres”, diría Follereau]. La caridad debe llegar donde no alcance la justicia”. Según Delibes, “la caridad debe llenar las grietas de la justicia, pero no los abismos de la injusticia”. Como la compasión respecto a la empatía, la caridad incluye la justicia para trascenderla.

Más que dar: darse

Si por justicia le doy al otro lo suyo, por caridad le entrego también lo mío. Pero no lo que me sobra. Porque lo que me sobra no es realmente mío, sino suyo. “Deberás poner mucho amor para que el pobre te perdone el pan que le llevas”, decía San Antonio de Padua. Porque ese pan es suyo, no tuyo. Porque ese pan te sobra. Si tú y yo podemos vivir dignamente con cinco, y tú tienes dos y yo ocho, es porque yo (o alguien antes que yo) te he robado tres. “Detrás de toda gran fortuna hay un crimen”, adivinó Balzac. Como insiste Delibes, “la caridad no consiste en dar, sino en darse”. “Poco dais si sólo dais de vuestros bienes; dais de verdad cuando dais de vosotros mismos”, escribió Khalil Gibran. Una frase, por cierto, convertida en eslogan por las asociaciones de donantes de órganos.

Así, la caridad entendida como justicia nos remite también al amor, como opinaba Cámara. Acabamos desembocando en esa “justicia que se abre al amor”. Y en la solidaridad de la que habla la RAE. Solidaridad a la que también llegamos cuando hablábamos de compasión. Por eso decíamos al principio que la compasión y la caridad significan, en última instancia, lo mismo: solidaridad, fraternidad, amor.

Ahora se entiende mejor qué locura es calificar de caridad la limosna. “El cristianismo es la revolución del mundo a través de la caridad”, subrayaba Follereau. ¿Qué revolución puede hacerse con la limosna? Ninguna. La limosna está en la base de toda contrarrevolución.

Si compasión y caridad son, finalmente, una misma cosa –solidaridad, fraternidad, amor–, está claro que cualquier moral que se pretenda humanista (que se pretenda sólo moral; no puede existir una moral no humanista) debe tener como pilares estas dos actitudes. “El siglo XXI será religioso o no será”, dijo André Malraux. El siglo XXI será compasivo y caritativo o no será, decimos nosotros.

Publicado en gallego en la revista 'Encrucillada' de Pontevedra en febrero de 2006

Gabanza do pallaso. O máis humano dos seres humanos

Un coche adianta un taxi cunha manobra perigosa. O taxista vólvese ao viaxeiro que leva atrás e dille: “Será papahostias o tío... Será pallaso... Viu vostede o pallaso que é o tío? O viaxeiro respóndelle: “Vostede veme a min facer trapalladas semellantes? A resposta confunde o taxista. “Eu son pallaso profesional e non fago ningunha cousa desas”, remata o viaxeiro, que non é outro que Joaquín León, Quin, o benxamín do trío de irmáns pallasos Pepín León.


“España é o único país do mundo no que a palabra pallaso úsase despectivamente. Xa estou afeito a que se chame pallaso a todo o mundo que fai unha trapallada”, explicábame resignado Quin nunha entrevista que lle realicei hai algúns anos por mor da chegada do Circo Olimpia a Vigo. A palabra pallaso converteuse, efectivamente, nun auténtico insulto, nun dos termos máis utilizados para descualificar e denigrar os demais: “Pallaso! Es un pallaso!”.


Recordo que cando era só un adolescente, un día na escola o profesor preguntounos que profesión nos parecía a máis necesaria para a sociedade. Médico, enxeñeiro, arquitecto, avogado... Case todos dixemos unha destas catro, pero un compañeiro respondeu: “Pallaso”. O profesor gabou a súa resposta e eu díxenme: “Pallaso, claro. Pois non necesita pouco o mundo que lle fagan rir, que lle acheguen un pouco de ledicia...”. E de poesía, diría hoxe, porque o pallaso desborda poesía tamén.


O pallaso non é, efectivamente, ese tipo de persoa que se descualifica cos seus actos e á que se refiren os que utilizan despectivamente unha palabra tan fermosa. Non, o pallaso non é ese tipo de persoa, senón todo o contrario: “O pallaso non é un personaxe, senón unha persoa; o máis humano dos seres humanos”, di Alex Navarro, pallaso el mesmo (traballou no Circo do Sol), mestre de pallasos (imparte cursos por todo o mundo) e creador da mellor web en español sobre tan fascinante mundo (http://www.clownplanet.com/).


O neno interior


O pallaso é o máis humano dos seres humanos porque, coma quere Ana María Matute (“o neno non é un proxecto de home, senón que o home é o que queda do neno que foi”), non matou o neno que leva dentro, segue sendo un neno. O pallaso, coma Xesús, deixa que os nenos se achéguen a el. O pallaso, coma Xesús, fíxose coma un neno. “Un pallaso é un neno zoupón de cero a doce anos”, dicíame noutra entrevista Adolfo Maguna, que leva máis de trinta anos sendo o pallaso Popín. “Os nenos de catro ou cinco anos e as persoas con síndrome de Down son clowns naturais?, explica nos seus cursos Eric De Bont, un dos principais mestres de clown de Europa, fundador dunha escola internacional en Eivissa. O pallaso, coma o neno, descobre cousas cada segundo e busca compartilas cos demais, facelos cómplices. O pallaso, di Jesús Jara no seu fermosísimo libro O clown. Un navegante das emocións, “é coma o neno que necesita que os seus pais participen constantemente da súa aprendizaxe e da súa constante evolución. “Mira, papá, mira o que fago... Mira, mamá, mira o que sinto... Mirade. Mirade e mirádeme: este son eu, isto emocióname, isto descubrín... Quero ir alá... Podo ir alá?”.


Por iso, calquera mestre de clown que se prece non cesa de repetir que cada un leva dentro un neno, un clown, e que se trata só de deixarmos saír ese neno, ese clown único e intransferíbel. “Sei un pallaso, se ti mesmo” é a consigna. O pallaso existe xa dentro dun mesmo, é un mesmo. Coma di o actor e director de cine italián Roberto Benigni, “o actor inventa ou interpreta un personaxe, mentres que o pallaso é el mesmo”. “O pallaso está dentro de cada un de nós. É cuestión de deixármolo saír, de botarmos abaixo os muros que edificamos para protexérmonos, de quitármonos as caretas que nos fomos pondo cos anos”, explica Navarro na súa web. “Sermos pallaso é deixarmos saír ao neno que levamos dentro, abrirmos a porta á tolemia interna, conectármonos cunha dimensión que sempre estivo aí. Un pallaso auténtico é aquel que non actúa, senón que é, que non se agocha detrás da careta da maquillaxe ou do nariz (se os leva)?”.


O pallaso é o máis humano dos seres humanos non só porque encerra nel o mellor dos homes, senón tamén porque é quen de sacar dos demais o mellor deles, de provocar que o saquen, coma expresa moi ben a seguinte anécdota do xenial Charly Rivel contada por Navarro: “Cando entrou na pista para principiar a súa actuación, un neno, que probabelmente vía un pallaso por primeira vez, comezou a chorar desesperadamente. Como o público estaba máis pendente do neno que do pallaso, Charly achegouse a el para facerlle unha garatuxa e tentar acougalo, pero o efecto foi o contrario. Charly, que coñecía profundamente a psicoloxía infantil, retirouse ao centro da pista e principiou tamén a chorar desconsoladamente, solidariamente. O neno calou de súpeto, cos ollos abertos como pratos pola sorpresa de descubrir que aquel ser vermello e amenazador sabía expresarse tamén coa mesma linguaxe tan transparente e directa: o choro. Sen deixar de chorar, Rivel achegouse outra vez o neno, que, xa acougado e mirándoo electrizado, quitouse o chupete da boca e deullo a Charly nun acto de solidariedade primixenia”.


A festa dos fracasos


O pallaso, coma o neno, está sempre alerta e dispoñíbel para participar, para imitalo todo, para tentar facelo todo por si. “Eu só, eu só!”, di o neno cando a súa nai quérelle axudar a realizar calquera cousa. “Eu só, eu só!”, di tamén o pallaso. Pero o pallaso, coma o neno, non sabe, trabúcase, cae, fracasa. “Benvidos á festa dos fracasos”, dilles sempre De Bont aos seus alumnos de clown. O pallaso amosa a poesía que hai no fracaso humano, nos defectos. Sostén un espello relativizador diante dos nosos ollos. “Oíches dicir que gañar está ben? Pois eu dígoche que perder tamén está ben. As batallas pérdense coa mesma dignidade coa que se gañan”, escribiu Mark Twain.


O pallaso, coma di De Bont, é “un barril de desesperación”: desesperación polos seus fracasos, porque non acerta a facer ben aquilo que se propón, e desesperación tamén pola súa procura desesperada da complicidade dos demais. O pallaso, coma o neno, fai da complicidade dos demais unha auténtica necesidade (“Mira, papá, mira o que fago... Mira, mamá, mira o que sinto”, como apuntaba Jara).


O fracaso non amedrenta o pallaso. Non o condena á inactividade nin moito menos a agocharse, a erguer un muro tras o que protexerse, a meterse dentro dunha coiraza. Non o retrae ou illa. Non o converte en antisocial ou individualista. O pallaso, coma o neno que se caeu, volve á carga con máis ímpeto, sempre a peito aberto, espido, transparente. O pallaso é transparente ata cando tenta agochar. Transparente e vulnerábel. A súa transparencia, a súa nudez fano vulnerábel. Unha transparencia, unha nudez das que dan fe os seus ollos, a súa mirada. “Os seus sentimentos escapan polos seus ollos coma o fume pola cheminea, de xeito natural, irrefreábel, case involuntario”, di Jara. “Se un clown non nos mira, non existe”, advirte. Unha mirada –segue o autor– que “é unha porta aberta para comunicar”; “un diario aberto a través do cal recibimos permanentemente información sobre as súas intencións, ilusións, experiencias, decepcións, medos, desexos”; “unha chiscadela de complicidade, unha invitación á confidencia”. “E perante esa nudez, perante tanta dignidade para amosarse, ao público só lle queda unha resposta, unha actitude: o respecto e a admiración”, sentencia Jara.


É este monumento á dignidade o que desprezamos cando tentamos descualificar alguén chamándoo pallaso.

Publicado na revista 'Ollo Público' de Vigo en 2009

Contra el enamoramiento

El enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero no es el amor. En realidad, no es sólo algo distinto al amor, sino, en muchos aspectos, lo contrario. El amor es desinteresado; el enamoramiento, interesado. El amor es desprendido; el enamoramiento, posesivo. El amor es paciente; el enamoramiento, impaciente. El amor es clarividente; el enamoramiento, ciego. El amor no se irrita; el enamoramiento, sí. El amor, como dice San Pablo, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta; el enamoramiento, no. Como señala Borges, mientras que el amor maduro (el amor verdadero) dice “te necesito porque te quiero”, el amor inmaduro (el enamoramiento) afirma “te quiero porque te necesito”.

Nuestra sociedad confunde el verdadero amor con el enamoramiento, con el (mal) llamado amor romántico, con la pasión sexual. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, se preguntaba Manuel Gómez Pereira en el título de una de sus películas. Una confusión que resulta trágica porque está en la base de casi todas las rupturas de pareja. Los jóvenes de hoy (y no tan jóvenes) quieren estar permanentemente enamorados. Cuando dejan de estarlo (y el enamoramiento pasa, afortunadamente, pues no se trata más que de un estado alterado de la conciencia), rompen con su pareja y buscan otra persona de la que enamorarse cuanto antes. El objetivo es el enamoramiento perpetuo, porque saben que la gasolina de la pareja es el amor, pero ignoran que el amor no es lo mismo que el enamoramiento. Y así, no hacen nada para convertir su enamoramiento en amor, no porque no quieran, sino porque desconocen que pueden y deben hacerlo; al menos, si desean mantener una relación estable e indefinida. Sin enamoramiento, una pareja puede parecer absurda, pero sin amor no tiene ningún sentido. La confusión es tal que muchas de las parejas que se rompen porque ya no están enamorados admiten que se tienen “cariño”, pero, lejos de considerarlo un haber, lo desprecian como un subproducto del enamoramiento que ya no sienten, cuando quizás constituya el primer peldaño de su amor. Es cierto que nuestros padres y abuelos no podían divorciarse, pero muchas de aquellas parejas vivían juntas treinta, cuarenta o cincuenta años porque se amaban.

El enamoramiento es la puerta de entrada al amor, pero no es propiamente el amor. El enamoramiento, tarde o temprano, se acaba. Más bien temprano, según los expertos. Los que gustan de medir todo dicen que no dura más de seis años. Afortunadamente, porque, como apuntaba más arriba, no deja de ser un estado alterado de la conciencia. El amor es clarividente; el enamoramiento, ciego, decía al principio de este artículo. El que ama ve al amado como es, con todos sus defectos, pero los acepta y los ama. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, insiste San Pablo. El enamorado no ve a la persona de la que está enamorado tal y como es, sino de un modo idealizado. La suya es una percepción alterada. Como dice el filósofo francés André Comte-Sponville, enamorarse es amar a alguien a quien no se conoce, ilusionarse por alguien a quien no se conoce, mientras que el que ama verdaderamente se ilusiona por alguien a quien sí conoce. “La cuestión”, dice, “ es conseguir que este amor hacia el desconocido se transforme en amor hacia el conocido, porque cuando esto no sucede, entonces sí, viene el desamor. ¿Qué es un amigo? Alguien a quien se conoce muy bien y pese a ello se ama. ¿Qué es la pareja? Dos que se aman y son amigos (…) Si uno prefiere amar a quien no conoce, no está sino amándose a sí mismo”.

El enamoramiento es un proyecto de amor, una promesa de amor. El enamoramiento puede y debe convertirse en amor. Esa es la clave de las relaciones estables. Las parejas que duran son aquellas que se aman. Dicen que el amor hay que regarlo, y es verdad. El amor, no el enamoramiento. El enamoramiento no precisa de riego ninguno. Insisto: es un estado alterado de la conciencia y durará lo que las endorfinas quieran. El amor, el verdadero amor, hay que trabajarlo, como un albañil trabaja una pared, ladrillo a ladrillo, hasta levantarla. El amor, efectivamente, hay que hacerlo, no basta con sentirlo ni siquiera con expresarlo con palabras. El amor precisa de hechos (obras son amores). Por eso, hacer el amor –una expresión, por un lado, muy poco afortunada, porque reduce precisamente el amor al sexo, al enamoramiento–, constituye, por otro lado, todo un hallazgo: el amor, repito, hay que hacerlo, hay que trabajarlo, no basta con sentirlo ni expresarlo. El enamoramiento, no. Por eso existe el flechazo, el (mal) llamado amor a primera vista, pero el amor necesita tiempo y voluntad. Uno se enamora sin pretenderlo; para amar, sin embargo, hay que querer amar y ponerse manos a la obra.

En este sentido, creo que Antonio Gala tiene mucha razón cuando dice que el amor ideal consiste en una amistad con momentos eróticos. Andrés Trapiello insiste en lo mismo cuando afirma: “Privilegiados los amantes que llegan a ser amigos”. Es lo que apunta también Comte-Sponville: la pareja son “dos que se aman y son amigos”.

El título de este artículo no deja de suponer una cierta provocación. Es verdad que enamorarse no es lo mismo que amar y que la obsesión por estar siempre enamorados puede impedirnos amar, pero si el enamoramiento es un proyecto de amor, una promesa de amor, enamorarnos es lo mejor que nos puede pasar en la vida después de amar y de ser amados: es más excitante, más emocionante, más placentero, más maravilloso que el mejor de los viajes, que la mayor de las aventuras. Y encima es gratis.